Oscura poesía en tres dimensiones
Blasted Autora: Sarah Kane Dirección: Alícia Gorina Traducción: Albert Arribas Intérpretes: Pere Arquillué, Blai Juanet y Marta Ossó Lugar y fecha: TNC (11/I/2018)
Cuanto más se aleja Blasted (Rebentats) del vis a vis de un Pinter anfetamínico más honda es la impresión que deja. Aunque Sarah Kane –en 1995 autora debutante en el Royal Court con 24 años– conecta las dos partes de su obra con situaciones o frases-eco, la convención domina la primera escena. Un espacio reconocible (una habitación de hotel) para un reencuentro que perturba más por la aguda disfuncionalidad psíquica de la pareja (hombre mayor, mujer joven) que por la violencia que alimenta su motor emocional. Un circo extremo de autodestrucción y degradación.
Excepto admirar cómo Pere Arquillué usa su abominable personaje para enarbolar una concienzuda y valiente deconstrucción de su imagen como actor querido por el gran público, el espectador se observa a sí mismo buscando en la metáfora del exterior la tensión que no encuentra en la habitación, huis clos en clave sartriana. La amenaza se siente, está ahí fuera, evocando el Aprés moi, le dèluge de Cunillé. Cuando ésta finalmente irrumpe aniquiladora –haciendo estallar paredes y todas las coordenadas aristotélicas– Blasted se transforma en un angustioso delirio poético, delicadamente reinterpretado por la dirección de Alícia Gorina con un juego de tropos sobre el texto de Kane.
Un soldado armado –famélico verdugo y víctima de los horrores saturnales de la guerra– y luego una bomba que hará caer muros. El famoso agujero sobre el que Kane edificó todo un discurso sobre la pulsión corrosiva de la violencia como modelo social. Civilización depredadora que se transforma en espanto absoluto cuando la razón deja de ser útil. El agujero y su pared han desaparecido en la escenografía de Sílvia Delagneau, sustituidos por una cortinamembrana –o piel profiláctica– rasgada. Desaparecido como toda expresión naturalista de la violencia que a partir de ese momento dominará el escenario.
Es aquí –en el caos– cuando se intuye que Alícia Gorina se expresa con mayor libertad, cuando deja su verdadera huella personal como directora. Más que las buenas interpretaciones de Marta Ossó y Blai Juanet (el embrutecido soldado), esta función impresiona por la capacidad de situar la obra en una ambigua dimensión metateatral, insistiendo una y otra vez en todos los recursos teatrales –como el infante de agua y plástico– que subrayan la representación de la representación, la abstracción poética de lo inasumible. Dirección que coloca a los intérpretes –excepto a Pere Arquillué, confinado en su propia pesadilla– en un inusual y distante duermevela: estar dentro y fuera del personaje al mismo tiempo.
Poesía oscura y dolorosa en tres dimensiones.