La Vanguardia (1ª edición)

El sorelismo catalán

- Josep Maria Ruiz Simon

AJulien Sorel, el protagonis­ta de El rojo y el negro de Stendhal, le habría gustado ser como Napoleón, aquel teniente oscuro y sin recursos que llegó a conquistar el mundo con su espada. Pero nació demasiado tarde, en la época del gran aburrimien­to, cuando ya no era posible satisfacer la ambición asumiendo el riesgo de las batallas. Y, tras darse cuenta de que vivía en un tiempo en que había curas reaccionar­ios que ganaban tres veces más que los viejos generales del Imperio, pensó en hacerse sacerdote y se puso a estudiar teología. A partir de entonces, buscó satisfacer sus grandes anhelos haciendo de la hipocresía su manera de vivir. E incluso llegó a entender que, sin los millones que había robado en Italia, Napoleón nunca habría podido hacer nada. Pero, aunque sólo usara el conocimien­to libresco de las estrategia­s bélicas para aplicarlo a las seduccione­s que debían permitirle trepar socialment­e, le siguió dominando la nostalgia del mundo heroico del vencedor de Austerlitz. George Steiner escribió unas páginas magníficas en En el castillo de Barbazul sobre la gran literatura que supo exprimir el sentimient­o que torturaba a los jóvenes decimonóni­cos condenados a sumergirse en una vida que veían tediosamen­te pacífica y mediocreme­nte burguesa. “El pasado, decía, roía con dientes de rata la pulpa gris del presente”.

Resulta común hablar del bovarismo para referirse al estado de espíritu de aquellos que, como la Madame Bovary de Flaubert, insatisfec­hos con la vida que les ha tocado vivir, se instalan mentalment­e en un mundo imaginario y novelesco. El sorelismo tiene un aire de familia con este sentimient­o. Pero el libro de cabecera de Julien Sorel no eran las novelas románticas que inflamaban el corazón de Emma Bovary, sino el

Memorial de Santa Elena y los boletines de la Grande Armée. Para el sorelismo, no hay más virtudes que las virtudes guerreras ni más nostalgia que la de las batallas libradas por las generacion­es anteriores.

En Catalunya, donde el sorelismo ha acabado adoptando un aspecto idiosincrá­sico, esta nostalgia ha tomado desde hace años la forma de añoranza de las batallas que las generacion­es anteriores no llegaron a librar. Esta modificaci­ón del modelo literario responde segurament­e a la influencia profunda que tuvieron en el nacionalis­mo pujolista las reflexione­s de Raimon Galí y Joan Sales sobre la falta de espíritu militar y de virtudes bélicas de los catalanes como una de las causas principale­s de la debacle de 1939. A pesar de que pagó hipócritam­ente tributo a virtudes más liberales, Jordi Pujol, que es un personaje muy soreliano, siempre hizo negocios e hizo política como si hiciera las guerras que las generacion­es anteriores no supieron hacer. Y, cuando la nostalgia por lo que podría haber sido y no fue empezó a roer con dientes de rata el gran aburrimien­to del régimen del 78, el sorelismo catalán supo movilizar la población y convertirl­a en una gran tropa desarmada preparada para ejecutar sobre el campo de batalla de la calle las estrategia­s de los generales del proceso soberanist­a.

Jordi Pujol hizo política como si hiciera las guerras que las generacion­es anteriores no supieron hacer

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