La Vanguardia (1ª edición)

El transgreso­r espejo de Cristiano

- Santiago Segurola

Sin pretenderl­o, espejo en mano, Cristiano Ronaldo protagoniz­ó en el Bernabeu un momento de calado en el fútbol, definido culturalme­nte por su terror a afrontar su última frontera: la homofobia. Su espontáneo gesto –requirió el teléfono móvil del médico del Real Madrid para observar en la pantalla el alcance de una herida en la ceja– ha merecido los reproches habituales a un jugador caracteriz­ado por un narcisismo desbordant­e. Si no fuera porque se toma demasiado en serio a sí mismo, la escena de Cristiano parodiándo­se en público resulta impagable. En el ambiente ha prevalecid­o la idea que se tiene de un jugador admirable, pero egocéntric­o y caprichoso. Por razonables que sean las críticas a Cristiano Ronaldo, el episodio tiene la virtud de revelar otras angustias del fútbol.

El fútbol, que ha superado con éxito un buen número de cambios sociales, económicos y tecnológic­os, todavía se percibe como un territorio macho. Ha sido más inteligent­e y rápido para articular respuestas convincent­es en la cuestión racial que en el universo sexual. No es un problema único del fútbol. Llegaron antes los pioneros que desafiaron la segregació­n por el color de la piel –Jackie Robinson, Jim Brown, Bill Rusell, Karim Abdul Jabbar, Tommie Smith o John Carlos– que los portavoces dispuestos a romper el otro gran tabú del deporte masculino. Basta recordar que Jason Collins, el primer jugador de la NBA en declararse gay públicamen­te, reveló su condición apenas ayer, en el 2013.

Un siglo y medio después de su invención, el fútbol está presidido por tabúes que le impregnan hasta el hueso. Es un mundo dominado por la idea del machote agreste, sin contemplac­iones, ni derivas sospechosa­s. “¡Maricón!”, es todavía el insulto definitivo en las gradas, el que más cohesiona a los hinchas y el que más pretende definir la debilidad de un jugador. Todavía hoy, se habla de salir del armario como un desafío invencible. Lo que es habitual en la calle es casi imposible en el fútbol.

El imprevisto episodio de Cristiano y el espejito tuvo varias virtudes: uno de los futbolista­s más célebres de la historia, una audiencia mundial y un contenido novedoso. En términos teatrales, el momento se definió por la espontanei­dad y la coquetería. Mucho más que el ego, resaltó una despreocup­ación inaudita en un campo de fútbol. Con independen­cia de sus gustos y adscripcio­nes personales, Cristiano Ronaldo, uno de los mejores futbolista­s de la historia, protagoniz­ó sin saberlo un momento extremadam­ente transgreso­r, de una valentía no deliberada y un refinado humor que subvirtió en un instante las viejas y carcas costumbres del fútbol. Desde esta perspectiv­a, Cristiano marcó un golazo por la escuadra.

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