La Vanguardia (1ª edición)

“En Eivissa fingía fumar porros para no parecer un monje”

Tengo 73 años físicos y 40 mentales. Soy una persona sana. Barcelonés. Sin pareja y sin hijos por decisión propia. Abandoné Derecho en cuarto curso. No soy de derechas ni de izquierdas, soy del que lo haga mejor para la gran mayoría: soy un utópico. Mi re

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LYo era un estudiante de Derecho, bien peinado y de buena familia, que aterrizó en un mundo de nudistas, pelos largos y drogas. Me costó encajar, pero descubrí la libertad.

Descríbame el ambiente.

Hippies educados que se refugiaban allí para no ir a la guerra de Vietnam y que cada mes recibían la transferen­cia de papá. Todos guapos y simpáticos en una isla virgen. ¡Una maravilla!

Y se enamoró del lugar...

Totalmente. Me casé con una joven de 18 años llamada Eivissa, guapa y divertida, que ahora tiene 80 y está vieja, arrugada, gorda y borracha, pero la sigo queriendo porque es mi mujer.

¿Eivissa le transformó?

Sí, consiguió que aflorara mi mentalidad reprimida. Yo no me podía dejar crecer un centímetro el pelo, incluso me riñeron cuando me compré en Londres un jersey de cuello alto negro. “¡Es de existencia­lista!”, sentenciar­on en casa.

Y de Eivissa a Nueva York...

Sí, dieciocho otoños seguidos. Llegué a finales de los sesenta, en su época dorada. Elsa Peretti me introdujo en el mundo de Andy Warhol.

¿Y qué hacía usted?

Fotos que vendía a periódicos y revistas españolas. Iba a la Factory de Warhol, centro neurálgico del arte neoyorquin­o, allí te encontraba­s con Elizabeth Taylor, Farah Diba, Marisa Berenson, Mick Jagger, Paloma Picasso, un grupo de travestis, y a Basquiat pinchándos­e en la puerta de la calle.

Buena mezcla.

Warhol tenía ojo para captar el talento y promociona­rlo. Un día estaba con Jackie Kennedy (todavía no se había casado con Onassis) en la presentaci­ón de un libro y Warhol llegó con un tipo supercacha­s y hortera. Nos presentó: “Este es el culturista más inteligent­e del mundo”. Era Schwarzene­gger.

Ese mundo estaba en Interview.

Sí, la superestre­lla junto al desconocid­o con talento que él sabía captar. Fue mi escuela de relaciones públicas. Aprendí que cuando haces un acto para una gran marca no tienes que pensar en las señoras bien que compran en Vuitton o en Loewe, sino saber mezclar.

Vivió la apoteosis de Studio 54.

La mejor discoteca del mundo. Aquello era teatro, continuos cambios de decorado, los camareros con el torso desnudo y pajarita. De repente bajaba un cartel luminoso que anunciaba: “Llega Imelda Marcos”, y la veías entrar con sus seis guardaespa­ldas después de que la apuñalaran en un acto… Ahí estaban el embajador, el ejecutivo, el artista y el travesti.

Los locos años de la cocaína...

Yo ni fumaba tabaco. En Eivissa hacía ver que fumaba porros para no parecer un monje. Inauguré todas las discotecas de la isla a base de agua sin gas, el alcohol me idiotiza, pero cuando iba al lavabo me seguían para ver si invitaba a algo.

...

En Nueva York las rayas de cocaína me pasaban por delante, pero a mí casi todas las drogas me sientan mal. El opio lo probé en India.

Cuénteme.

Me fui a recorrer India dos meses. Me adentré en el desierto del Thar, en Rajastán, montado en un camello con un guía, un cocinero y un músico de sitar rumbo a una boda. Un viaje de cinco días y al cuarto ya no quedaba comida.

Debió de llegar a la boda hambriento.

Sí, una boda tradiciona­l, maravillos­a. Era el único occidental. Mi estómago no paraba de quejarse cuando por fin pasan bandejas con té y unos extraños canapés: unas bolas negras. Los comensales cogen una, le dan un pellizco y la guardan en el bolsillo. Yo, hambriento, me la trago entera: era una bola de opio.

Se acabó la boda para usted.

Estuve tres días anestesiad­o. Me tuvieron que atar al camello y ponerme un velo para que las moscas no anidaran en mis ojos y me llevaron de regreso a Jaipur.

¿Qué le queda cuando mira hacia atrás?

Creo que he vivido un sueño: la Barcelona de la gauche divine, la Eivissa virgen en la que iba a caballo donde ahora está llena de edificios y el Nueva York del pre Studio 54, y luego India, Bali, Ceilán, Marruecos, Egipto..., que hace 50 años era como viajar a otro tiempo: chilabas, turbantes, babuchas, saris… Impresiona­nte.

Todo eso ya apenas existe.

Ya no, por eso voy a exponer mis fotos de esos mundos que la globalizac­ión ha destrozado.

La fama y la genialidad cuando se acaba la fiesta y las fotos es otra cosa.

Dalí era muy divertido, teatro puro. En la intimidad lo veías con el bigote caído. Le gustaba que le llamara “mestre”, y era como estar con mi abuelo. De repente entraba la prensa y se transforma­ba. Me intentó birlar un abrigo.

¿Sí?

Le pirraban los abrigos de pieles, y yo tenía uno impresiona­nte de marmota. Fuimos a una fiesta y él lo guardó en su suite. A la hora de irnos le dije: “Mestre, el meu abric?”, “Quin abric?” ...

La fiesta ha cambiado mucho.

Hoy Audrey Hepburn o Grace Kelly parecerían monjas. El glamur ha desapareci­do, ahora se lleva el look putiferio: enseñar medio pecho, llevar una raja hasta el ombligo. Fíjese en las alfombras rojas, se trata de enseñar carne.

Es duro ser famoso.

Detrás de un famoso siempre hay un problema, por eso digo: prestigio sí, popularida­d no, o acabarán aireando el más nimio detalle de tu vida.

IMA SANCHÍS

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ANA JIMÉNEZ legó a la isla de los hippies con americana y corbata.
 ?? VÍCTOR-M. AMELA
IMA SANCHÍS
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VÍCTOR-M. AMELA IMA SANCHÍS LLUÍS AMIGUET

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