Tiempos populistas
Como viene sucediendo en todas las elecciones celebradas en los países occidentales desde las europeas de mayo del 2014, las elecciones italianas del pasado domingo han vuelto a poner de manifiesto que en nuestras sociedades existe un profundo descontento con el estado de cosas existente. De ahí que voten de forma masiva por formaciones y líderes políticos que coloquialmente llamamos populistas.
Utilizo aquí el adjetivo populista no en sentido peyorativo, ni menos aún demonizador, sino descriptivo. El hecho de que de forma masiva y reiterada un elevado porcentaje de ciudadanos voten por formaciones y líderes políticos populistas está expresando la búsqueda de políticas populares, diferentes de las que han venido llevando a cabo en los últimos años los gobiernos de los partidos políticos tradicionales, tanto los liberales y conservadores como los socialdemócratas. Especialmente las políticas de rescates financieros, rebajas de impuestos y recortes de gasto público en programas y prestaciones que son básicas para la cohesión social y la igualdad de oportunidades.
El cuestionamiento continuo del Estado social introduce incertidumbre y miedo al futuro en la sociedad. Un miedo que se acrecienta cuando se teme que el cambio tecnológico traerá desempleo masivo. No debería sorprender que en medio de estas visiones deprimentes las personas que se ven más amenazadas busquen líderes fuertes que les ofrezcan protección contra esos vientos.
Pero el malestar con lo existente no es sólo con la política y los partidos tradicionales. Va más allá. Se extiende a la economía y al comportamiento de las élites económicas y financieras: ¿qué es lo que ha hecho de nuevo a nuestras economías tan desiguales? ¿Por qué si las economías han vuelto a crecer los salarios siguen estancados y el empleo se precariza? ¿Por qué las retribuciones, indemnizaciones y pensiones de los altos ejecutivos son tan elevadas, injustificadas y escandalosas, especialmente en las corporaciones y empresas que se mueven en sectores regulados o en los que existe algún poder de mercado? ¿Por qué continúa siendo tan elevada y persistente la discriminación salarial y de género dentro de las grandes empresas? ¿Por qué las reformas impositivas benefician especialmente a los grupos de mayores ingresos? Y así sucesivamente.
Los partidarios de la economía de mercado y de la libre empresa no podemos olvidar (o, lo que es peor, ignorar) que lo que legitima socialmente este tipo de economía no es la maximización del beneficio sino la capacidad del sistema para ofrecer oportunidades para todos, especialmente para los que más lo necesitan. Y hoy no sucede así. De ahí la aparición de movimientos sociales y de formaciones políticas que se definen como anticapitalistas.
Hay en nuestras democracias una reacción contra el tipo de meritocracia que defienden y practican las élites. El discurso sobre la meritocracia de la excelencia es profundamente antisocial y ofensivo. Desconoce que los resultados escolares y las oportunidades en la vida vienen condicionados de forma importante por el ambiente familiar y las posibilidades que (el ambiente familiar) pueda ofrecer a los niños en los primeros años de su infancia y en el momento de acceder a la vida laboral.
A la vista de todo esto, no debería sorprender que en nuestras democracias exista una fuerte demanda de populismo. Una demanda que no viene sólo de las clases trabajadoras sino, y de forma creciente, de las clases medias y profesionales que ven amenazada su posición futura. Como sucede en cualquier mercado de bienes y servicios, cuando hay una demanda insatisfecha de políticas populares acaba apareciendo una oferta de populismo político. En este sentido, los líderes populistas huelen mejor que los políticos tradicionales el malhumor y el miedo que existe en las sociedades democráticas. La cuestión es si, además de ser síntoma de una enfermedad, el populismo político es también parte de la solución. Pero de esto hablaré en otra ocasión.
En todo caso, necesitamos un new deal –contrato social– como el que supieron construir las sociedades occidentales después de la etapa de desigualdad de la belle époque, de la Gran Depresión de los treinta y de las dos guerras mundiales. Ese nuevo contrato social no vendrá por generación espontánea. Necesita de un impulso desde abajo, así como del apoyo y teorización de los intelectuales. Los actuales movimientos sociales que estamos viendo en nuestro país estos días tienen esa función.
Vivimos tiempos populistas, pero no son necesariamente para mal. Todo depende de cómo los nuevos liderazgos sepan responder a esa demanda con ofertas que sean compatibles con la democracia pluralista y con la economía de mercado.
Cuando hay una demanda insatisfecha de políticas populares acaba surgiendo una oferta de populismo político