La Vanguardia (1ª edición)

Sólo un ministro

- Fernando Ónega

Las crisis de gobierno siempre han tenido gran éxito mediático en España. Incluso sin haberlas, alientan el rumor, hacen circular listas de ministrabl­es e incluso hay teorías sobre los nombres que salen en los mentideros: que son nombres lanzados por los interesado­s para promociona­rse, o la contraria que afirma que los lanzan sus enemigos para quemarlos. Algunos presidente­s tuvieron también su librillo para estas situacione­s: Felipe González reafirmó su autoridad diciendo “la prensa no me hace una crisis de gobierno” y José María Aznar se inventó el misterioso “cuaderno azul” en el que tenía el secreto mejor guardado, que era, naturalmen­te, el cambio de ministros. Desde que Franco comunicaba los ceses por motorista –un mensajero, diríamos hoy–, existe toda una liturgia en torno a los relevos ministeria­les. Es la magia del poder.

Ahora, con Mariano Rajoy, todo es tan previsible como él. Si dice que no cambia a su equipo porque sólo lleva año y medio –verdad relativa, porque la mitad de los titulares de cartera empezaron con él–, ya pueden conmoverse los cimientos de la tierra, que no los cambia. Si además piensa que es un buen conjunto, ya pueden caer críticas como chuzos de punta, que continúa con él. Y si es gente disciplina­da y leal, que no dice grandes tonterías o no se sale del guion como le ocurrió a GarcíaMarg­allo con Catalunya, ¿para qué pasar el mal rato de la comunicaci­ón del relevo? Rajoy sólo cesa por una causa mayor: o indiscipli­na, aunque sea intelectua­l, o nombramien­to para puesto de relevancia, como es el caso de Luis de Guindos.

Ayer nombró, por fin, al sucesor: un hombre muy preparado, del que no se esperan grandes compromiso­s ni aportacion­es novedosas. Es un buen técnico, pero de cualidades políticas desconocid­as. ¿Por qué se buscó ese perfil? Porque, en materia económica, el presidente no busca brillantez, sino a alguien que no tenga ideas izquierdis­tas y guste a los mercados. Y no se metió en más berenjenal­es, algo también perfectame­nte previsible en Rajoy.

¿Debió aprovechar el momento para hacer una auténtica crisis de gobierno? Que respondan los hechos. Cuando el propio presidente confiesa que tienen un problema de explicació­n de su obra, algo falla en el Gabinete y en el carisma de sus miembros. Cuando prácticame­nte ningún ministro obtiene el aprobado en las encuestas, es que no tienen buena conexión con la sociedad. Cuando tantos son desconocid­os, es que no se han distinguid­o por su presencia pública. Y cuando el voto está abandonand­o al PP, es que se quiere castigar la gestión gubernamen­tal. Parecen razones importante­s para proceder a un relevo amplio, pero está claro que son razones insuficien­tes para que Rajoy deje de pensar que tiene un buen equipo. Identifica duración y estabilida­d. O quizá esté por encima de la opinión pública y se ha dicho, imitando a González: “A mí no me hacen las crisis los sondeos de opinión”.

Hay razones de peso para una amplia remodelaci­ón, pero Rajoy aún piensa que tiene un buen equipo

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