Por un cambio de mentalidad
DESDE 1911, cada 8 de marzo, se celebra el día internacional de la Mujer. Durante muchos años se denominó día de la Mujer Trabajadora. Desde 1975, por decisión de la ONU, recibe su nombre actual. En todo caso, se trata de una jornada reivindicativa que tiene por objeto avanzar en la integración de la mujer, en la defensa de sus derechos y en la lucha por la igualdad. Estamos hablando, pues, de una celebración con más de un siglo de historia, pero que en su edición de este año anuncia un significativo salto hacia adelante.
Hay consenso casi total sobre el hecho de que la incorporación de la mujer al mercado laboral es uno de los mayores progresos registrados a lo largo del siglo XX. Constituía una anomalía insostenible, sobre todo en las sociedades avanzadas, que el grueso de las mujeres permanecieran relegadas en la mayoría de los frentes de la vida social, empezando por el laboral, y confinadas en tareas domésticas sin reconocimiento alguno. Poco a poco, se ha ido corrigiendo esta situación. Los progresos no se han producido a la velocidad deseada, entre otros motivos porque las revueltas ideológicas se definen más deprisa que su implementación real. No es fácil sustituir una cultura social por otra de la noche a la mañana. Por más urgente que sea hacerlo. Pero lo importante es que los cambios en curso se producen en la dirección adecuada. Y cada día con mayor intensidad. Aunque, ciertamente, queda mucho por progresar. Por ejemplo, en el ámbito económico. Los datos divulgados ayer por Eurostat son elocuentes. La brecha salarial entre hombres y mujeres por ingresos por hora trabajada es en España del 14,2%, siendo la media europea del 16,2%. La tasa de empleo femenina es del 59,9%, y la masculina, del 71,8%. La tasa de empleo a tiempo parcial es en las mujeres del 23%, mientras que en los hombres es del 6%. La brecha en las pensiones alcanza el 33,78%. Queda, en efecto, mucho camino hasta la paridad que se confía en lograr hacia el 2030.
Las buenas expectativas del día de hoy se fundamentan, paradójicamente, en el lamentable escándalo protagonizado por Harvey Weinstein. La revelación, meses atrás, de los reiterados abusos cometidos por el en su día todopoderoso productor cinematográfico hollywoodiense ha generado, a la manera de ciertos movimientos sísmicos, un efecto en cadena de resultados en este caso positivos. Weinstein fue el epicentro de un terremoto cuya onda expansiva generó primero el movimiento #MeToo, de denuncia de los abusos de poder concretados en abusos sexuales, particularmente en la industria del cine. Y, a continuación, ha propiciado un movimiento mundial de denuncia de conductas tan inaceptables como las protagonizadas por los hombres que, en las más diversas circunstancias, dan un trato abusivo, vejatorio o violento a la mujer.
El año pasado, el día internacional de la Mujer propició huelgas poco menos que simbólicas, de media hora de duración. Por el contrario, y al socaire del tsunami propulsado por el asunto Weinstein, está convocada este año una huelga feminista en más de 150 países, cuyo objetivo es ni más ni menos que “parar el mundo”, al objeto de evidenciar el papel fundamental de la mujer en su funcionamiento. Los objetivos son ambiciosos. Según el manifiesto publicado por la Comisión 8-M, que agrupa a las asociaciones feministas de España, ya no se trata sólo de una huelga laboral, sino también en el trabajo doméstico, en el consumo, en la educación, etcétera. Y, por supuesto, contra todo tipo de abusos, agresiones y violencias contra las mujeres.
La huelga de hoy tendrá, probablemente, un seguimiento importante. La demostración de fuerza puede alcanzar cotas sin precedentes. Sería conveniente que, acto seguido, propiciara reformas legales para eliminar o, al menos, estrechar la brecha. Confiamos, además, en que contribuya a abrir los ojos a todas aquellas personas que todavía no son conscientes de la injusticia que supone el trato discriminatorio sufrido por la mitad de la humanidad. Ese sería el principal fruto que cabe esperar de la jornada de hoy: un cambio de mentalidad entre todos aquellos que, deliberadamente o por mera ignorancia, toleran por activa o por pasiva unas prácticas que son denigrantes no sólo para las mujeres, sino para todos los seres racionales.