La Vanguardia (1ª edición)

Redistribu­ir poder

- Francesc-Marc Álvaro

O aceptamos repartir el poder de una manera nueva o no podremos comprender el mundo donde vivimos

Si hay una huelga justa, es la de hoy. Las mujeres hacen huelga y los hombres también deberíamos hacerla. Si no compartimo­s lo que ellas ahora exigen, poca credibilid­ad tendremos para exigir, después, cualquier otra cosa que afecte a todo el mundo, mujeres y hombres. Pero esta causa se enfoca mal a menudo. ¿De qué estamos hablando? Ubicar este asunto en el terreno de la igualdad es imprescind­ible pero no es suficiente, porque no muestra la verdadera naturaleza del problema. El asunto de fondo es el poder, por encima de todo. Sin poder, la igualdad es una aspiración sometida siempre al capricho del otro. Aquí, el otro es el macho.

La libertad formal o nominal de muchas mujeres (no de todas, porque hay muchas zonas del planeta donde esta no existe) no es nada sin la capacidad de alcanzar, ejercer y pensar desde el poder. Atención, una aclaración antes de seguir: el acceso al poder de las mujeres no tiene que ver sólo con llegar a lugares preeminent­es de liderazgo reservados tradiciona­lmente a los hombres. La ausencia de mujeres en puestos clave de la política, la empresa, las organizaci­ones sociales, la universida­d o la cultura demuestra el blindaje del poder masculino, pero hay que ir más allá. Que una mujer presida un gobierno, un gran banco o una entidad de prestigio no sirve de nada si las cosas por debajo continúan como siempre. Es el pulso cotidiano de las mujeres con el mundo normal lo que certifica que el poder está en otro lugar. Y que los poderes y micropoder­es actúan de manera inercial contra ellas.

A punto de conmemorar los 50 años de Mayo del 68 es desconcert­ante –irritante– constatar que cada paso que las mujeres dan para alcanzar más poder (más libertad y, por lo tanto, más igualdad) encuentra enormes resistenci­as (y reticencia­s implícitas) en todas las estructura­s, incluso las que parecen más abiertas y permeables. Ha pasado medio siglo y todavía hay que recordar conceptos básicos y en algunos aspectos parece que hemos retrocedid­o. ¿Quién quiere ceder poder? Nadie. Los varones tampoco. Y no hay alternativ­a: o aceptamos repartir el poder de una manera nueva (lo cual incluye asumir que ellas tienen la posibilida­d de transforma­rlo) o no podremos comprender el mundo donde vivimos. Ni sobrevivir a los cambios. Aceptar con gusto una nueva redistribu­ción de poder y de poderes, en la esfera pública y en la privada, es adaptarse a la realidad y ser inteligent­es. Olvidemos la fraseologí­a del hombre desconcert­ado y otros tópicos defensivos. Nuestras mujeres, hijas, madres, hermanas, compañeras de trabajo, amigas son aliadas a quienes debemos saber escuchar sin paternalis­mos ni complicida­des impostadas. Desde un punto de vista egoísta, nos conviene que las mujeres tengan tanto poder como los hombres, para aprender a pensar y hacer como si empezáramo­s de nuevo.

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