Macron tuvo buen olfato
Emmanuel Macron no acudió el martes al palco del Parque de los Príncipes. El presidente francés tuvo buen olfato. Quizás lo presentía. Sí estuvo su primer ministro, Édouard Philippe, una de cuyas misiones es precisamente servir de pararrayos y evitar trámites desagradables a su jefe. No era bueno para el aura de Macron, empeñado en el resurgir de Francia, asociar su imagen a la de un París perdedor. El propio emir de Qatar, Tamim al Thani, que nunca anuncia de antemano su presencia pero sí estaba ayer en el estadio, vestido de occidental, no soportó la humillación. Abandonó la tribuna cuando expulsaron a Marco Verrati y comprendió que la eliminatoria estaba sentenciada. La sensación en la ciudad del Sena es que los responsables del club parisino hincharon demasiado el globo mediático y este ganó una altura temeraria. Más dura, pues, fue la caída. Al concluir el partido, los taxistas de la plaza de la Porte de Saint-Cloud, a tiro de piedra del estadio, estaban absortos escuchando la radio. Algunas emisoras, como RMC, echaban fuego. Los tertulianos estaban indignados con el espectáculo de los ultras en el gol norte y acusaban a la dirección del PSG de haber orquestado –e incluso financiado– el despliegue de bengalas y fumígenos. Es obvio que a la exagerada creación de expectativas sobre una remontada siguió una profunda decepción, sobre todo por la escasa garra mostrada por los hombres de Emery, su rendición sin lucha. El principal comentarista de L’Équipe, Vincent Duluc, estuvo implacable en su columna y dio por fracasado ya el multimillonario proyecto qatarí. Según el analista, el trauma del año pasado en el Camp Nou fue mejor porque al menos hubo un sufrimiento digno, una batalla de verdad sobre la hierba, mientras que el martes no se percibió “ni un soplo”. Nadie piensa ya, salvo un milagro, que Emery pueda salvarse. Su rostro, en la rueda de prensa, valía más que sus trabajosas palabras en francés para intentar camuflar la evidencia. El presidente del PSG, Naser al Jelaifi, lo ha desahuciado con sus silencios. Pero el mismo dirigente qatarí está en una posición muy embarazosa y débil. En su peculiar versión árabe del castizo sostenella y no enmendalla, Al Jelaifi negó que los resultados cuestionen su estrategia de inversiones y un proyecto deportivo en el que, según él, Neymar y Mbappé, “son el futuro de nuestro club”. Del resto no habló.
No parece muy buen augurio levantar un equipo de fútbol con tan escasos cimientos, por más que sean hechos de oro y piedras preciosas.