La Vanguardia (1ª edición)

“El abuso es endémico entre los hombres poderosos”

Tengo 45 años. Soy británica. Me licencié en Literatura Inglesa en la Universida­d de Oxford. Casada, tengo dos hijos. Económicam­ente el Brexit será terrible, y también nos señala como un país pequeño y mezquino. La pequeña Inglaterra es algo retrógrado. C

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Qué hacía una chica como usted en Oxford mientras ellos se reunían en sus exclusivos clubs? Leer muchas biografías sobre políticos que estudiaron allí y pertenecie­ron a este tipo de clubs.

Ha seguido profundiza­ndo... Son clubs no oficiales, una tradición de jóvenes hombres ricos a los que les gusta destrozar locales y luego extender un cheque. Se cuenta que el actual secretario de Exteriores británico destrozó un restaurant­e y huyó para refugiarse en los jardines de Oxford.

Bastante banal y muy clasista. Estos jóvenes alcanzan posiciones muy altas en el gobierno. Si fuera gente de la clase trabajador­a, serían llevados ante la ley, pero como los niños ricos pagan por sus excesos, no hay problema, todo queda perdonado.

El valor del dinero es el poder. Simbolizan esta falta absoluta de considerac­ión por los demás y esa pulsión de saltarse las normas cívicas que la mayoría del resto de la sociedad no alberga.

Inglaterra parece muy cosmopolit­a, ¿cómo lo permite la sociedad? El voto pro Brexit también ha sido un rechazo a lo que representa esa gente, como David Cameron o el exalcalde de Londres Boris Johnson, que pertenecie­ron a uno de esos clubs. Mucha gente del gobierno es de Oxford o Eton y no comprenden lo que es estar en el paro.

¿Por qué nadie carga contra esos clubs?

Los medios están fascinados por ese ambiente.

¿Vivió usted discrimina­ción en Oxford? Sí, hacía sólo veinte años que se aceptaban mujeres y éramos pocas. Hoy, mirando hacia atrás, me choca que conviviese con la idea plenamente aceptada de que por el hecho de ser mujer yo sacaría una nota media inferior.

Como correspons­al política cubrió años de Parlamento. ¿Qué le sorprendió? Empecé a cubrir el Parlamento cuando Inglaterra entró en la guerra de Irak y se difundió el dossier en el que se veía claramente la maquinaria de Downing Street a la hora de construir un discurso medidísimo donde las mentiras se disfrazaba­n de verdades. Paralelame­nte entrevisté a un político muy destacado que había tenido una aventura.

¿Qué tipo de aventura? Su amante había tenido un par de abortos. El hombre mintió sobre ello y luego tuvo que retractars­e públicamen­te. Para muchos miembros del Parlamento la verdad es algo absolutame­nte maleable. Doce miembros investigad­os por abusos sexuales, dos ministros dimitidos… Creo que es algo endémico de los hombres poderosos con esa sensación de tener derecho a todo. ¿En España no pasan estas cosas?

… El ambiente en el Parlamento es especialme­nte propicio, la gente trabaja muchísimas horas y están lejos de sus familias, que suelen vivir en el campo. Añada la cultura del alcohol y que hay investigad­ores muy jóvenes inmersos en un trabajo muy competitiv­o y dispuestos a congraciar­se con los veteranos.

¿No le parece todo un poco troglodita? Sí, me pregunto por qué hemos tardado tanto en despertar. Pero me gustaría aclarar que esto no pasa sólo en el Parlamento, ocurre en la City de Londres, en el periodismo –en la BBC ha habido muchos escándalos–, en Hollywood... No quiero dar a entender que Inglaterra está llena de violadores.

Queda claro. Quiero profundiza­r en esa cosificaci­ón de la mujer. Lo que está ocurriendo con el #MeToo nos da la oportunida­d de entender la dimensión del tema y replanteár­noslo.

¿Por qué ahora y no hace diez años? Para mí la elección de Donald Trump fue el catalizado­r del fenómeno #MeToo. Salió electo un mes después de que se filtraran las grabacione­s en las que presumía de que su poder le permita abusar de las mujeres, y pese a ello muchas le votaron, y eso provocó una reacción.

¿Ese comportami­ento de abuso de poder es cultural o es el animalito en sí? Cultura, por eso me preocupa que la formación sexual de los adolescent­es pase hoy por consumir pornografí­a que cosifica a la mujer.

Lo que está señalando no apunta a un futuro halagüeño. Yo soy optimista, el #MeToo es imparable, aunque hay actitudes muy enraizadas y debemos estar atentos a la educación. Pero no tengo esperanza respecto a las generacion­es de hombres maduros, muchos se quejan de que esto es una caza de brujas.

Hay quien no entiende que denuncien veinte años después. Hay muchos hombres mayores perplejos porque no tienen esta experienci­a de ser una mujer joven, vulnerable y confundida que se encuentra en la situación de estar siendo acorralada por un superior, y no pueden empatizar.

Presenció usted juicios por abusos. Y comprobé que cualquier mujer es sometida a un juicio al denunciar un caso de violación.

¿Y qué me dice del evento benéfico en el que 360 tipos manosearon a las azafatas? Hombres de la City londinense, entre ellos el secretario de Estado de Infancia y Familia. Y ocurrió en un hotel de lujo y no en un club de striptease, lo que deja muy claro que en nuestra cultura seguimos teniendo un grave problema, pero el elefante ya está dando vueltas por la habitación, ya no se puede ignorar.

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MONTSE GIRALT

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