El honor de una lengua
Nada es casual. Miércoles. Josep Maria Espinàs cumple 91 años y a Quim Monzó le conceden el Premi d’Honor de les Lletres Catalanes. En el Café Doré (Gran Via-Muntaner), la televisión está conectada al canal 24 horas de TVE. Pocos clientes, sólo un hombre tatuado y su hija. Ambos miran la pantalla de un móvil y él intenta convencerla para que se acabe la merienda. No insiste demasiado, como si no la viera habitualmente y prefiriera hacerle cosquillas que inculcarle algunos principios de urbanidad. Se hacen una selfie y se marchan entre carcajadas. El interiorismo del local: columnas doradas, espejos con cenefas art déco y plantas de interior. En la puerta se anuncian pizzas y paellas y, bajo el epígrafe de El cafè de la república, un menú pensado tanto para turistas como para indígenas al lado de un cartel del festival Barnasants con una frase de Vázquez Montalbán como lema: “Inútil cosmonauta el que contempla estrellas para no ver las ratas”.
En una de las columnas, un lazo amarillo gigante con una nota que reclama democracia y libertad y denuncia la abusiva y arbitraria prisión cautelar de Jordi Sànchez, Jordi Cuixart, Oriol Junqueras y Joaquim Forn. En el techo, ventiladores coloniales y, en un rincón, una estufa desactivada espera tiempos mejores. En este café Espinàs escribió –a mano, en la mesa de un altillo que ya no existe– su novela Combat de nit .La terminó en 1958 y ahora La Campana le hace justicia volviéndola a publicar. Entonces el café se llamaba Bar Salduba, lo bastante céntrico y tranquilo para que Espinàs lo convirtiera en su centro de operaciones. Escribir a mano en los cafés es un hábito que se está perdiendo, quizás porque la tecnología ha interferido en el placer de la observación reflexiva, que hoy centralizan las pantallas de ordenadores y móviles. Nada es casual. Las primeras frases de Combat de nit podrían ser las de un cuento o una novela de Monzó: “El hombre echa un vistazo a las tapas que se alinean sobre el mostrador. El bacalao rebozado, las alcachofas de lata, las banderillas de huevo duro y anchoa”. Son tapas de 1958 y Espinàs (Premi d’Honor de les Lletres Catalanes 2006) las enumera para empezar una novela (con alma de reportaje) sobre camioneros. La oferta de tapas de hoy no es tan estimulante. La salsa de las patatas bravas, por ejemplo, podría inspirar una documentada reflexión de Monzó sobre la degeneración del concepto picante a manos del gregarismo edulcorado y la manía de, en vez de calentarlas, someterlas a una lluvia radiactiva que mata las papilas gustativas. Espinàs y Monzó vivieron durante unos años no muy lejos de aquí. Espinàs sigue viviendo en el barrio y Monzó cambió de aires después de escribir muchos libros y artículos memorables y harto de perder batallas contra una banda de traficantes que, con un sentido abusivo, arbitrario y nada honorable de la hospitalidad, controlaba el tráfico de la escalera donde vivía.
En una de las columnas, un lazo amarillo gigante con una nota que reclama democracia y libertad