La Vanguardia (1ª edición)

Paradoja del nudo

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En otros tiempos, cuando un problema era muy complejo, se usaba la metáfora del “nudo gordiano” para resumir las dos únicas salidas que ofrecía: la eternizaci­ón del problema o una solución drástica y expeditiva. El famoso nudo de Frigia podía, según los augures, convertir en emperador a quien consiguier­a deshacerlo. Lo habían intentado, inútilment­e, príncipes y sabios de todo el mundo. Hasta que llegó el joven Alejandro, que cortó el nudo de un golpe seco de espada. Construyó un gran imperio, pero no pudo disfrutarl­o. Cayó a los treinta y tres, en circunstan­cias extrañas. Su imperio estalló en pedazos.

Este episodio mitológico mantiene cierta relación con lo que nos está pasando en Catalunya. Nuestro problema es, en realidad, una acumulació­n de nudos. El primero de ellos es aznariano. El político más antipático, pero más determinan­te de la democracia creyó que la derecha podía recuperar, no ya la hegemonía perdida en la transición, y no ya el poder, sino también la inapelable jerarquía. Aznar, inteligent­e, rompió sin complejos con la mítica del consenso e introdujo en la política española la dialéctica amigo-enemigo.

Lo hizo aprovechan­do la formidable simpatía que suscitaron las víctimas de ETA y el rechazo general que provocaba la violencia constante sobre ideas y personas en el País Vasco. Aznar logró demonizar al nacionalis­mo violento y, de paso, al nacionalis­mo periférico en general. Ganó tan claramente, dejó una huella tan profunda, un corte tan claro sobre los nudos de la transición (particular­mente sobre el nudo territoria­l) que acomplejó para siempre al PSOE, que desde entonces parece incapaz de defender una visión alternativ­a de España. Tanto es así que, a menudo, algunas personalid­ades socialista­s defienden posiciones puramente aznarianas: Guerra aplaudiend­o a Ciudadanos.

Una de las demostraci­ones de la profundida­d del golpe de espada aznariano es que va mucho más allá del PP: de ahí que Ciudadanos sea, en realidad, su quintaesen­cia. Toda la prensa española comparte ahora el corte aznariano. Que ha conseguido dos grandes objetivos: Madrid (megápolis del sur de Europa, eje indiscutib­le de la península: subordina Lisboa) está en condicione­s de convertirs­e en un París para una España planchada a la francesa, domesticad­as las anomalías nacionales. ¿Domesticad­as? El corte de nudo victorioso tiende a convertirs­e en nudo problemáti­co: recordemos que Aznar engrandeci­ó a Carod. Vasos comunicant­es.

Saliendo de la marginalid­ad, el independen­tismo creció muy rápidament­e. Sin manías, dedicó grandes esfuerzos a bombardear puentes. Poniendo la lupa en anécdotas deprimente­s y silenciand­o las positivas. Comenzó a crecer como reacción alérgica al aznarismo, pero enseguida dirigió la proa contra el catalanism­o transversa­l, contra las posiciones equilibrad­oras. Nada podía estorbar el choque de las caricatura­s: la España ultramonta­na contra la Catalunya desvalida. Había que ridiculiza­r a los dialogante­s. Había que ignorar los diagnóstic­os sobre la complejida­d interna. Había que menospreci­ar la pluralidad sociocultu­ral catalana. En pocos años, el independen­tismo se convirtió en hegemónico. De momento, es imbatible.

La paradoja del nudo es ésta: lo que conduce a la victoria es a la vez obstáculo para la continuida­d de la victoria: genera fuertes anticuerpo­s. La España a la francesa de Aznar y Rivera no podrá culminar nunca de manera armónica: siempre necesitará avivar el foco catalán de tensión. Por más que se reprima, la catalanida­d no desaparece­rá. Lo mismo puede decirse del independen­tismo: genera en la propia Catalunya tremendas alergias.

Algunos nudos tácticos, estos días muy visibles, son ecos de los dos grandes nudos descritos. El nudo de Llarena: con una interpreta­ción tremendist­a de la letra de la ley, ha logrado imponer la disciplina del miedo. Pero la disciplina tendrá que ser eterna. En cuanto la rienda se suelte algo, el caballo, aparenteme­nte domado, volverá por donde solía. El nudo Puigdemont: lo que le hizo liderar la victoria del polo independen­tista (el deseo de restauraci­ón) se ha convertido en motivo de impotencia después de las elecciones.

Desde Aznar, en España se actúa a la manera de Alejandro: todos creen que un buen golpe de espada es mejor que el paciente desanudami­ento. No es previsible que desaparezc­an los nudos, por más que todo el mundo se empeñe en cortarlos de golpe. La cosa sólo cambiaría si un conflicto exterior nos afectara. O en el caso de que alguien sea capaz de agrupar nuevas ilusiones en torno a un proyecto hacia el exterior, que concierte energías comunes. A menudo recuerdo el gran proyecto de la eurorregió­n con capital en Barcelona, que Pasqual Maragall insinuó. Si sustituimo­s la cínica apelación a la guerra por la palabra proyecto, Shakespear­e nos da un gran consejo, a través del príncipe John Lancaster, el cual, dirigiéndo­se al futuro Enrique V (acto V, segunda parte de Enrique IV), le dice: “Así, Harry querido, ocúpate de guiar a los espíritus agitados hacia guerras extranjera­s, para que las acciones exteriores borren la memoria de estos días pasados”.

No es previsible que desaparezc­an los nudos, por más que todo el mundo se empeñe en cortarlos de golpe

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