Deporte de riesgo
VICENTE Huidobro escribió que “las horas han perdido su reloj”. Lo malo es cuando nos damos cuenta de que las neuronas han extraviado su cerebro. Angela Nikolau es la reina de los roofers, es decir, de aquellos individuos que se encaraman a las alturas para hacerse una selfie imposible con la que dejar sin aliento a sus seguidores en YouTube o en Instagram. Nikolau, rusa de 24 años y 400.000 followers, se ha subido a lo alto de la Sagrada Família, la torre Eiffel o la Shanghai Tower vestida para una cena romántica, a fin de colgar una imagen que maree a sus incondicionales. No sólo a los que les asalta el vértigo a las alturas. La foto más escalofriante es una en la que aparece en lo alto de la antena de la torre 117 de la ciudad de Tianjin, a 600 metros del suelo. Cuando le preguntaron por qué hacía estas locuras, respondió: “Necesitamos una audiencia, es parte de la condición humana”. Es falso que forme parte de nuestra esencia jugarse la vida para llamar la atención. Vivimos en la sociedad del espectáculo, pero no hace falta convertir la existencia en un número de circo. Eso que algunos califican de deportes de riesgo es un disparate: como si no comportara peligro vivir responsablemente.
Los Mossos d’Esquadra han hecho públicas unas imágenes de una adolescente de 14 años que quería suspenderse de la viga de la fachada de un edificio de ocho plantas del Eixample de Barcelona para que un amigo la fotografiara. Cuando intentó regresar a la azotea le fallaron las fuerzas para encaramarse y sufrió un ataque de nervios. Afortunadamente, pudo ser rescatada por la policía, y las imágenes fueron difundidas para alertar sobre estas prácticas. La web Priceonomics explica que hace dos años murió más gente por selfies que por ataques de tiburón. La banalización del riesgo no es más que otra muestra de la frivolidad de nuestra sociedad, que prioriza el exhibicionismo sobre la inteligencia, una autofoto por encima de un pensamiento.