Posverdad en España
La ciudad de Madrid vivió un episodio singular que los lectores conocen: la muerte de un mantero senegalés provocó serios incidentes de orden público al ser atribuida a una persecución de la policía. Resultó ser una muerte natural, pero cuando se supo la verdad, el incendio social ya estaba provocado con todos sus ingredientes de inmigración, pobreza, marginación y barrio multicultural. Echar la culpa a la policía resultó un eficacísimo procedimiento de agitación y un caso elocuente de noticia falsa utilizada con fines políticos.
Este cronista no cree que los testimonios de dirigentes locales o nacionales de Podemos hayan surgido de un laboratorio de creación de maldades contra el sistema. Es cierto que se han dicho excentricidades como que a Mame Mbaye “lo mató el capitalismo” o que su infarto era “un fracaso de la democracia”, pero pienso que no se han debido necesariamente a intenciones premeditadas de criminalizar a la policía o a la existencia de una fábrica española de la posverdad. De hecho, como denunció el defensor de los consumidores Rubén Sánchez, fueron agencias y diarios tradicionales los que primero difundieron la versión de la persecución policial.
Este episodio demuestra otras cosas. Primera, que cuando triunfa un bulo, es porque su contenido coincide con lo que uno desea o imagina. Segunda, que la parte antisistema que hay en algún dirigente de Podemos o sus confluencias le llevó a aceptar la versión que acusa a la policía porque es coherente con sus frecuentes alusiones a la represión de los aparatos estatales y las persecuciones que sufren los más débiles. Tercera, que el periodismo necesita una cura de reposo para serenar y contrastar la información antes de publicarla. Hay una carrera enloquecida por publicar, con tal de adelantar a la competencia y a las redes y de ganar seguidores. La verdad ha dejado de ser un principio ético. Y cuarta, las consecuencias: si coincide con políticos ansiosos de notoriedad a costa de lo que sea, ya tenemos el incendio.
Menos mal que todavía queda sentido común y el incendio se apaga cuando se restablece la verdad. En nuestra tormentosa historia no siempre ocurrió así.