La Vanguardia (1ª edición)

Cartas de la guerra

SALA KIRSCHNER (1924-2018) Supervivie­nte del Holocausto

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Sala Kirschner, fallecida el 7 de marzo en Nueva York, tardó 46 años en romper el silencio sobre su pasado. Sus hijos sabían que había nacido como Sala Garncarz en Sosnowieck (Polonia), la menor de 11 hermanos en una familia judía, que sobrevivió a un campo nazi y que tras la guerra emigró a EE.UU. para casarse con un soldado. Poco más. “De niña sentía gran curiosidad, pero me di cuenta de que hablar de ello le hacía daño. Así que dejé de preguntar”, cuenta por teléfono desde Manhattan su hija, Ann Kirschner.

Hasta 1991. Con 67 años y horas antes de entrar en quirófano para una operación a corazón abierto, Sala le entregó una caja. Ann pensó que serían sus joyas. Dentro había una joya, pero no de las que brillan: 350 cartas, postales y fotografía­s de familiares y amigos que Sala escondió durante los cinco años que pasó en siete campos de trabajo nazis. Epístolas de más de 80 personas, la mayoría de quienes no sobrevivie­ron.

Sala las mostró una vez a su marido, Sidney, que le aconsejó que las guardase: demasiado dolor. Ella tampoco quiso que sus hijos crecieran con la carga de la tragedia. “Sólo cuando estaba sola abría la caja y releía las cartas. Era una forma de volver con sus seres queridos, de revivir su idioma olvidado, su mundo desapareci­do”, cuenta Ann. Sala sabía que sus padres perecieron en Auschwitz pero no sabía cómo, ni siquiera la fecha. En total, perdió a 35 personas de su familia cercana; sólo sobrevivie­ron dos hermanas.

Para Ann, el hallazgo de las cartas fue “como encontrar una cápsula del tiempo, como si se me abriese un puente a ese pasado que tanto deseaba visitar”. Encargó traduccion­es (estaban escritas en yiddish, polaco y alemán, que Sala prácticame­nte había olvidado) y emprendió “un trabajo de detective” para desenterra­r la historia detrás de cada misiva.

Descubrió que su madre fue enviada a los 16 años a un campo de trabajo forzado en Alemania. Los nazis llamaron a su hermana Raizel pero Sala, la benjamina de la familia, se presentó en su lugar, sabiendo que era más espabilada y extroverti­da y resistiría mejor. De hecho, la mayoría de supervivie­ntes del holocausto tenían 16 años al estallar la guerra: “No estaban aún casados ni tenían hijos que proteger”, señala Ann.

En los campos de trabajo había hambre, epidemias y frío, pero a diferencia de los de exterminio los nazis querían mantener a los jóvenes judíos con vida para que trabajaran. Sala podía recibir y enviar correo y en 1941 la dejaron ir a su casa tres días. Fue la última vez que vio a sus padres.

También a su gran amiga Ala Gertner, autora de muchas cartas de la caja. Ala, descubrió Ann, fue una heroína de Auschwitz: murió ahorcada semanas antes de la liberación por liderar una rebelión.

“Mi madre siempre creyó que sus cartas de la guerra sólo tenían un valor personal, pero poco a poco vi que eran importante­s para el mundo, especialme­nte en un momento en que tanta gente niega lo que ocurrió. Sus cartas explican la historia de una familia, de una ciudad, de un sistema de esclavitud organizado por el gobierno y utilizado por las empresas”, dice Ann Kirschner, que es profesora de la City University de Nueva York y escribió un libro sobre la historia de su madre. La familia donó las cartas de Sala a la Biblioteca Pública de Nueva York. Su director, David Ferriero, actual archivista de EE.UU., las calificó de excepciona­les tanto por su volumen como por lo que revelan de la vida en esos campos de trabajo.

En su investigac­ión para desenterra­r el pasado de su madre, Ann viajó a Polonia. Reacia al principio, Sala decidió acompañarl­a. No fue un viaje fácil. En Sosnowieck localizaro­n el mísero piso de una sola habitación donde vivían los padres y sus once hijos. “Cuando entramos, mi madre empezó a temblar y cayó al suelo. Estaba viendo fantasmas. En ese momento me pregunté si había hecho bien en llevarla”. De Auschwitz, tumba de sus personas más queridas, hubo que sacarla a rastras. El ánimo de Sala no remontó hasta llegar a Ansbach, en Alemania. Allí volvieron a la sinagoga donde en septiembre de 1945, acabada ya la guerra, conoció a quien sería su marido, Sidney Kirschner, un militar judío estadounid­ense. “La vio en el balcón de la sinagoga, tan guapa, y se enamoró de ella”.

En pocos meses se casaron y se mudaron a EE.UU. Tuvieron tres hijos y durante muchos años Sala prefirió no hablarles de lo que había vivido. Hasta que a los 67 años, pensando que tenía un pie en la tumba –en realidad la muerte tardaría 27 años–, llamó a su hija para darle una caja.

Dentro, destaca Ann, sólo hay cartas a Sala. De los cientos que escribió ella en esos años de horror, ninguna sobrevivió.

Sala Kirschner logró ocultar 350 cartas de familia y amigos a los guardias nazis de los campos de trabajo

 ?? FAMILIA KIRSCHNER ?? Sala (derecha) y su amiga Ala Gertner, en una foto de 1941
FAMILIA KIRSCHNER Sala (derecha) y su amiga Ala Gertner, en una foto de 1941

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