La Vanguardia (1ª edición)

El arte de la emoción

- KARLES TORRA

Gregory Porter

Lugar y fecha: Suite Festival. Gran Teatre del Liceu (16/ III/2018)

Gregory Porter dedica su último álbum a Nat King Cole, el músico que más le ha influencia­do en su forma de considerar el arte del canto como una manera de ser, de pensar y de sentir el mundo. Para él, cantar es compartir las emociones con los demás, y esa regla de oro se la debe a Nat King Cole.

Después de imponerse en tanto que compositor con sus cuatro y multipremi­ados primeros discos, Porter por fin se ha sentido preparado para ofrecer este tributo a quien considera su padre musical, Nat King Cole & Me, y que rondaba desde hace mucho tiempo por su cabeza.

La presentaci­ón del mismo tuvo lugar el pasado viernes en un Gran Teatre del Liceu que registró una buena entrada. Pero como el propio Porter aclaró, después de abrir el concierto con Holding on de su anterior disco Take me to the alley, el repertorio no sería un monólogo dedicado a Cole, sino que incluiría algunos de los temas más destacados de sus trabajos de autoría propia. Para regalarnos, a renglón seguido, una magnífica interpreta­ción del swingueant­e On my way to Harlem de su segundo álbum Be good, y maravillar­nos poco después, con una sensaciona­l Don´t lose your steam en clave de gospelizad­o soul-blues.

Acompañado por un quinteto eficaz (saxo, piano, órgano, contrabajo y batería), el cantante entró en harina de Cole, interpreta­ndo con mucha chispa L-O-V-E, antes de abordar la celebérrim­a Mona Lisa. Sorprenden­temente, su emotiva interpreta­ción de este clásico, a dúo con el pianista, suscitó las discrepanc­ias en voz alta de una espectador­a anglosajon­a, que rápidament­e fue acallada por otra espectador­a, y también por la cerrada ovación que el público le dedicó al cantante.

Tras versionar con gracia el Papa was a rollin´ stone de los Temptation­s, Gregory Porter hizo una portentosa exhibición de fuerza y efusividad vocal a propósito de Musical genocide, un original de cosecha propia, que enlazó acertadame­nte con un bonito Nature boy, otro de los clásicos presentes en el disco dedicado a Cole.

Y ya en la recta final, tras un expansivo Liquid spirit acompañado por las palmas del respetable, coronar el concierto con una simpática interpreta­ción de otro de los clásicos del repertorio de Cole: Quizás, quizás, quizás.

Puesto en pie, el público despidió con una ovación de gala al cantante, que se vió obligado a bisar por dos veces. En una gran noche, Gregory Porter demostró que es todo un fenómeno en el arte de privilegia­r la emoción por encima de todo.

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