Mucho más que una guerra comercial
LA temida guerra comercial entre Estados Unidos y la Unión Europea y China no ha empezado aún, pero parece inminente. La decisión de Donald Trump de establecer aranceles del 25% y del 10% para el acero y el aluminio a todos los países que los vendan a EE.UU., menos México y Canadá, previsiblemente irá seguida de medidas similares por Bruselas y Pekín que, más allá del importante impacto sobre la economía global, tendrán una indudable repercusión en el tablero geopolítico mundial.
En la época de la globalización, la opción de una guerra comercial no es la más acertada. Trump pretende acabar con el equilibrio de los intercambios internacionales pese a los riesgos para la economía global. El presidente estadounidense es coherente con sus promesas electorales, pero su “America first” en defensa de los puestos de trabajo y de las industrias estadounidenses no debería hacerle olvidar que no puede abrir unilateralmente una etapa de incertidumbre política al mismo tiempo con la UE y con China a costa de la economía. Lamentablemente, quienes así se lo hicieron ver en la Casa Blanca ya no están en sus despachos.
Es cierto que en muchos países desarrollados la gran recesión de estos años ha desembocado en abierta hostilidad al libre comercio, pero no parece que la vuelta al proteccionismo sea la mejor medicina. Trump juega esa carta porque en clave interna ahora necesita mantener el voto logrado en las presidenciales para evitar una derrota republicanaen las elecciones de medio mandato de noviembre.
Trump pretende, por un lado, castigar la sobreproducción china de acero, y es inminente que imponga aranceles a productos chinos de hasta 60.000 millones de dólares, pero su desafío a Pekín tampoco ha sido bien acogido por sus socios asiáticos, caso de Corea del Sur, Japón y Taiwán –a los que también desairó al retirarse del pacto comercial para la región Asia-Pacífico–, por entender que son medidas que distorsionan el comercio y causarán un elevado paro en esos países. Y ello, en una zona necesitada de gran estabilidad política ante el expansionismo chino en el mar de China Meridional y la amenaza permanente del régimen de Corea del Norte.
En cuanto a Europa, la medida de Trump, que afecta especialmente al acero alemán –si la ampliase a los automóviles, tendría también grave incidencia en Francia–, busca presionar y crear discordia en la Unión Europea. Cuando mira a este lado del Atlántico, Trump nove aun club de socios sino a veintiocho competidores, por ello apoya el Brexit ya populistas europeos como Le Pe no Salvini, en un intento claro de dividir para vencer. Alemania ha advertido a Estados Unidos que no use la subida de aranceles para dividir a la Unión Europea porque “somos una unión aduanera y actuamos en conjunto”. Bruselas planea respuestas que van desde gravar los beneficios de grandes multinacionales tecnológicas americanas como Google y Facebook hasta imponer aranceles a productos tan made in USA como las Harley-Davidson, los vaqueros o el bourbon, entre otros.
Una guerra comercial comportará menor crecimiento mundial, una subida del coste de la vida, masivas pérdidas de empleo y puede abocar a una segunda recesión. La repercusión política que todo ello tendría en un mundo ya con demasiados escenarios de tensión es evidente. Todos los actores implicados, menos Trump, insisten en que no hay ganadores en una guerra comercial y en que cambiar las reglas de la economía globalizada comportará nuevas y graves tensiones políticas.