Los temas del día
El diario alerta sobre el auge del racismo en Estados Unidos y urge a tomar medidas para atajar el problema cuanto antes, sin permitir que crezca y haya que lamentar males mayores. En segundo término, lamenta la pérdida de empleos en las fábricas de automóviles en España, uno de los sectores industriales punteros del país.
El otro día, en una cena entre amigos, alguien empleó la expresión “eran el típico matrimonio feliz” para referirse a una pareja inmersa en un proceso de divorcio que anda tirándose los platos a la cabeza, deporte de riesgo en el que mejor no tener puntería.
La expresión “matrimonio feliz” tiene adeptos sinceros y adeptos con mala uva. Se mantiene en tiempos de tuit por corta y lo mismo sirve para un matrimonio que ha sobrevivido a Semana Santa y hoy se acostarán tristes como para otro que apagará la luz y se dirá: un día más y lo mato.
Como decano de los periodistas divorciados de Catalunya me veo en la obligación de pedir a todos los afiliados que no hagan coña con la expresión y sólo la apliquen a aquellos matrimonios que expresan felicidad en la vía pública de forma fehaciente.
Una pareja “felizmente casada” se distingue por la elocuencia de sus silencios en los restaurantes, y sólo algunos despistados dirán que se llevan mal porque hablan poco. ¡Precisamente por eso se llevan tan bien!
Los felizmente casados se prodigan poco fuera de casa, y no porque él sea un hombre reacio a bailar –hay tendencia de género a equiparar al varón que no baila por las noches con un soso, cuando quizás sufre alergia primaveral–, sino porque el casado, casa quiere. El casado, casa quiere, y también el soltero, el realquilado, el inmigrante del Alto Volta y los padres con hijos treintañeros. Sólo que a estos colectivos les das una casa y se pasan el día fuera de ella, a diferencia del felizmente casado.
Un matrimonio felizmente casado frecuenta el teatro y es el único colectivo en el que sus miembros se ríen por separado de las obras que les parodian, fenómeno apreciable en el exitoso El llibertí del Poliorama, a diferencia de otros colectivos –guardias civiles, inspectores de Hacienda o tribuneros del Barça– que nunca pagarían por verse retratados.
¿Suscitan envidia los matrimonios felizmente casados? Yo creo que mucha, porque siempre que se pongan de acuerdo comen paella, rentabilizan las habitaciones dobles –las mismas de quienes viajamos solos– y tienen ojo clínico para las enfermedades del otro, a diferencia de los médicos, que muchos estudios, pero –así cualquiera– venga gastar pasta con pruebas clínicas de buenas a primeras.
Los felizmente casados viven más años y hoy comerán la mona de Pascua satisfechos porque han pasado otra Semana Santa sin pasión, pero con la alegría de la resurrección, que siempre salva a muchos matrimonios al borde del divorcio.
Hay que tener cualidades y algunos defectos para formar un matrimonio felizmente casado en lugar de ir por ahí, hoy con una y mañana con otra, cosa muy sencilla y sin embargo sobrevalorada. Mañana será otro día para todos y muy duro para algunos: retorno a la rutina.
Sólo algunos despistados dirán que una pareja se lleva mal porque no se hablan en el restaurante