La Vanguardia (1ª edición)

Los temas del día

- Joaquín Luna

El diario alerta sobre el auge del racismo en Estados Unidos y urge a tomar medidas para atajar el problema cuanto antes, sin permitir que crezca y haya que lamentar males mayores. En segundo término, lamenta la pérdida de empleos en las fábricas de automóvile­s en España, uno de los sectores industrial­es punteros del país.

El otro día, en una cena entre amigos, alguien empleó la expresión “eran el típico matrimonio feliz” para referirse a una pareja inmersa en un proceso de divorcio que anda tirándose los platos a la cabeza, deporte de riesgo en el que mejor no tener puntería.

La expresión “matrimonio feliz” tiene adeptos sinceros y adeptos con mala uva. Se mantiene en tiempos de tuit por corta y lo mismo sirve para un matrimonio que ha sobrevivid­o a Semana Santa y hoy se acostarán tristes como para otro que apagará la luz y se dirá: un día más y lo mato.

Como decano de los periodista­s divorciado­s de Catalunya me veo en la obligación de pedir a todos los afiliados que no hagan coña con la expresión y sólo la apliquen a aquellos matrimonio­s que expresan felicidad en la vía pública de forma fehaciente.

Una pareja “felizmente casada” se distingue por la elocuencia de sus silencios en los restaurant­es, y sólo algunos despistado­s dirán que se llevan mal porque hablan poco. ¡Precisamen­te por eso se llevan tan bien!

Los felizmente casados se prodigan poco fuera de casa, y no porque él sea un hombre reacio a bailar –hay tendencia de género a equiparar al varón que no baila por las noches con un soso, cuando quizás sufre alergia primaveral–, sino porque el casado, casa quiere. El casado, casa quiere, y también el soltero, el realquilad­o, el inmigrante del Alto Volta y los padres con hijos treintañer­os. Sólo que a estos colectivos les das una casa y se pasan el día fuera de ella, a diferencia del felizmente casado.

Un matrimonio felizmente casado frecuenta el teatro y es el único colectivo en el que sus miembros se ríen por separado de las obras que les parodian, fenómeno apreciable en el exitoso El llibertí del Poliorama, a diferencia de otros colectivos –guardias civiles, inspectore­s de Hacienda o tribuneros del Barça– que nunca pagarían por verse retratados.

¿Suscitan envidia los matrimonio­s felizmente casados? Yo creo que mucha, porque siempre que se pongan de acuerdo comen paella, rentabiliz­an las habitacion­es dobles –las mismas de quienes viajamos solos– y tienen ojo clínico para las enfermedad­es del otro, a diferencia de los médicos, que muchos estudios, pero –así cualquiera– venga gastar pasta con pruebas clínicas de buenas a primeras.

Los felizmente casados viven más años y hoy comerán la mona de Pascua satisfecho­s porque han pasado otra Semana Santa sin pasión, pero con la alegría de la resurrecci­ón, que siempre salva a muchos matrimonio­s al borde del divorcio.

Hay que tener cualidades y algunos defectos para formar un matrimonio felizmente casado en lugar de ir por ahí, hoy con una y mañana con otra, cosa muy sencilla y sin embargo sobrevalor­ada. Mañana será otro día para todos y muy duro para algunos: retorno a la rutina.

Sólo algunos despistado­s dirán que una pareja se lleva mal porque no se hablan en el restaurant­e

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