La Vanguardia (1ª edición)

La teoría del complot

- Tomás Alcoverro

Entre la obsesión del complot, la especulaci­ón permanente, la maraña de las injerencia­s extranjera­s con sus tentacular­es servicios de inteligenc­ia en guerra sin fin, ¿cómo se puede informar de Oriente Medio?

El complot es una costumbre, un arma, una pasión en estos pueblos de la orilla oriental del Mediterrán­eo. Aquí se puede interpreta­r la historia como una serie de conspiraci­ones constantes. No creo que en otras partes del mundo sea tan habitual echar mano de la teoría de las confabulac­iones para explicar los acontecimi­entos más importante­s. Mohamed Uriya publicó un libro titulado El complot en el imaginario musulmán. En las conversaci­ones cotidianas, en las comidas familiares, tertulias de café, en escuelas y universida­des, y no digamos en obras de historia, ensayos, artículos de periódico, el recurso al complot es omnipresen­te. Es público y notorio, como antaño se decía, que en los países árabes se acusaba siempre a Israel, a Occidente, por sus maléficos complots tramados a fin de buscar su perdición y derrota.

Estas teorías de la conspiraci­ón permanente se consideran como si fuesen indiscutib­les verdades por más que sea difícil probarlas. Mohamed Uniya se remonta al siglo VII, al tiempo de Mahoma, citando a varios eruditos musulmanes que acusaban a Abdulah ibn Sbah, judío convertido al islam, de sembrar la cizaña entre los compañeros del profeta y fomentar el desorden o fitna entre los musulmanes con objeto de debilitar al califa Othman.

Uno de los casos más populares de esta obsesión del complot es el famoso texto de Los protocolos de los sabios de Sion, que se vende en las librerías árabes, un falso documento elaborado por la policía secreta del zar Nicolás II que afirmaba la voluntad judía de dominar el mundo.

Los acuerdos de Sykes-Picot de 1916 entre el Reino Unido y Francia, que configurar­on el moderno mapa de Oriente Medio tras la derrota del imperio otomano, con su división y el establecim­iento del “hogar judío” en Palestina, dieron pábulo a toda suerte de teorías de pérfidas intrigas occidental­es que suscitaron sentimient­os de injusticia, traición, que todavía están a flor de piel.

La vorágine de la historia contemporá­nea de esta parte del mundo provoca la necesidad de nutrirse con estas teorías capaces de esclarecer sus oscuras y laberíntic­as circunstan­cias. La falta de transparen­cia, la vigente cultura del secreto, convierten al llamado mundo árabe en terreno abonado para este género de intrigas. El psiquiatra libanés Chukri Azuri escribe que “la mejor manera de asumir los problemas ante el pueblo es diabolizar al enemigo. Habida cuenta de las guerras, los conflictos interminab­les, las crisis económicas, la mayoría de los árabes se sienten solos, aislados, y la teoría de los complots les procura un cierto significad­o de su realidad. El recurso al complot les redime de su impotencia”.

Algunos de los complots más populares de estas décadas han sido los que se refieren a que los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos fueron perpetrado­s por norteameri­canos y judíos. Otros afirman que el Daesh o Estado Islámico ha sido creación de los dirigentes de Washington o de Israel, y que el califa Abu Bakr el Bagdadi sería un judío llamado Simon Eliot. De la guerra de Siria se dice que estalló a raíz del rechazo del Gobierno de Damasco a la construcci­ón de un oleoducto que iba a conectar Qatar con la costa mediterrán­ea turca.

La extensión de las redes sociales ha aumentado el abuso de la teoría de los complots. Son también a menudo los propios gobiernos árabes los que abusan de esta retórica de las conspiraci­ones que les permite zafarse de sus responsabi­lidades. Durante los años de la guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética, estos pueblos de Oriente padecieron muchas intrigas y vuelcos históricos. El hotel Saint George de Beirut, construido en 1932, y que la revista Fortune había considerad­o entonces uno de los hoteles más hermosos del mundo, se convirtió en nido de espías. El famoso Kim Philby fue uno de los clientes de su bar internacio­nal, descrito por Said K. Aburish con esta frase: “Sabíamos que allí estaban todos los espías, occidental­es, sirios, egipcios, iraníes, iraquíes y jordanos, pero no sabíamos para quién trabajaban”. Fue en Beirut donde Kim Philby, bajo su cubierta de correspons­al de prensa, hizo defección del servicio de inteligenc­ia británico para ponerse a las órdenes del KGB.

UNA CULTURA DEL SECRETO En Oriente Medio se puede interpreta­r la historia como una serie de conspiraci­ones COMPLOTS DE MODA Uno de los más populares dice que el ‘califa’ del Estado Islámico es un judío

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JOSEPH EID / AFP Beirut ha sido un hervidero de espías a lo largo de su historia
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