Del juez a la CUP
El presente y futuro de Catalunya y por tanto de España se juega entre el juez Llarena y la CUP. Un escenario pésimo, porque el Código Penal usado como único instrumento nunca ha sido solución para los conflictos políticos, más cuando, en el caso de Llarena, siempre ha escogido la más dura entre todas las hipótesis jurídicas posibles. Este extremo del campo existe porque quien debía configurarlo, el presidente Rajoy y el PP, no ha comparecido. Su renuncia política es insólita, y merecedora del duro editorial de The Times del día 26 de marzo.
Y la CUP es el otro director de escena desde que, en enero del 2016, Artur Mas decidió dar “un paso al lado” asumiendo que el grupo más pequeño del Parlament dictara quién sería el presidente de Catalunya. Desde entonces la CUP ha dictado su voluntad. ¡Qué peligro para una sociedad cuando está dirigida por una ínfima minoría! Sí, vivimos peligrosamente porque quien marca el camino tiene la revuelta como único objetivo.
Catalunya está rota y dañada. Recuperarla pide un nuevo y gran proyecto de reconstrucción y cohesión, y mientras no podemos asumir pasivamente que lo que nos divide políticamente como individuos, nos separe como pueblo y divida el país.
Y la respuesta sólo puede venir de la sociedad civil una vez convertidos los políticos, los de aquí y los de allí, en “clase discutidora”, una afortunada definición de Fernando Vallespín; esto es una clase inútil, y encima los liderazgos de la sociedad civil están desvanecidos. Grave error porque está en juego el pan y la tranquilidad. También la suya.
Es urgente mover cielo y tierra para lograr una situación diferente de los encarcelados preventivamente, y también de la calificación de los delitos imputados. Para unos, víctimas; para otros, golpistas de guante blanco; para todos, un problema político y social que hay que resolver.
Hay que movilizar opiniones para hacer un gobierno que no viva aprisionado por los sentimientos del pasado, sino que centre su discurso y acción en gobernar bien y unir a los catalanes. Un gobierno de unidad si fuera posible, pero en todo caso un gobierno.
Y finalmente, tercera urgencia, promover la concordia que sólo pide el reconocimiento del otro. Concordia a gran escala con todos los medios de que se disponga, y también con múltiples gestos sencillos, como el de la parroquia del Remei del próximo día 7 a las ocho de la tarde.