Balada por el 1004
Hoy, día de la mona, me complace hablar bien de la atención a distancia del 1004; es un caso insólito, pero no por ello menos ilustrativo
Hubo un tiempo, cuando la atención remota era una novedad, que muchos columnistas nos dedicamos a describir sus incongruencias. Teleoperadoras que nos atendían desde otro continente, esperas larguísimas en números de pago, musiquitas insufribles que contribuían a la tensión que atravesaba la línea, mensajes incomprensibles. También tenía su papel el catálogo de excusas con las que te podías deshacer del acoso telefónico que algunas empresas de telemarketing empezaron a practicar. Uno de los mejores métodos era hablarles en catalán, claro, pero a mí me gustaba mucho más hacerme pasar por mayordomo y decirles con voz grave que el señor había fallecido dos días atrás. En todo caso, la suma de anécdotas y pequeñas denuncias llegó a generar todo un subgénero columnista que solía incluir transcripciones telefónicas de las conversaciones más intensas. Todo eso pasaba en otro mundo, muchos años antes de las grabaciones en el despacho del ministro Fernández Díaz en las cuales el ínclito Daniel de Alfonso (¿de qué arista del Estado debe cobrar, ahora?) le anunciaba el destrozo del sistema sanitario catalán. Hoy, día de la mona, me complace hablar bien de la atención a distancia del 1004. Es un caso insólito, pero no por eso menos ilustrativo. Una joven entra en la tienda Movistar del paseo de Maragall para hacer un par de gestiones tan simples como un cambio de nombre de un número de móvil y aprovecharlo para cambiar también la modalidad de su contrato. Todo son pegas. Le piden ir acompañada del anterior titular del número, presentar documentos de identidad, llevar facturas impresas... No hay cola ni presión exterior, pero nada resulta sencillo. Todas sus peticiones acaban en un muro. Al final, como para quitársela de encima, le dicen que llame al 1004, que allí se lo explicarán mejor.
La joven clienta se va desesperada, pensando en cambiar de compañía telefónica, pero entonces se produce el hecho noticiable. Llama al 1004, la atienden sin dilación, en catalán, y un amable chico con acento de Lleida le responde una por una todas las preguntas que en la tienda parecían más insolubles que el crucigrama de Fortuny un veintiocho de diciembre. No sólo eso, sino que en modo remoto le tramita el cambio de nombre, sin pedirle ninguno de los documentos que le exigían en la tienda, y luego le cambia la modalidad de contrato. Todo en menos de siete minutos. La chica cuelga, sorprendida, admirada, graba un mensaje de voz en un par de grupos de amigos en el WhatsApp y tiene la tentación de volver a pasar por la tienda de Movistar del paseo de Maragall para restregarle por la cara lo que le acaba de pasar. Pero desiste. Prefiere seguir visitando las otras tiendas del Cor d’Horta que, estas sí, le ofrecen todas las ventajas del comercio de proximidad sin tener que completar ninguna gestión por teléfono. Feliz Pascua.