La Vanguardia (1ª edición)

Pierre Assouline se hace español

Uno de los escritores más respetados de Francia se acoge a la ley que permite a descendien­tes de sefardíes tener DNI y escribe sus impresione­s

- ÓSCAR CABALLERO París. Servicio especial

Tal vez me he equivocado al esperar de España un placer y una felicidad que sólo ella podría proporcion­ar (oigo a lo lejos a los catalanes tratándome de loco); pero ¿Y si en la pasión que siento por ese país pesara más el placer de tal arrebato que un auténtico amor por España?”.

Al cabo de casi quinientas páginas de Retour à Séfarad (Regreso a Sefarad, Gallimard), Pierre Assouline, francés nacido en Casablanca en 1953, no sólo no ha conseguido ese DNI español que le ha costado trámites que para el caso serían más deudores de Mariano José de Larra que de Kafka, sino que ni siquiera está convencido de que se trate de una vuelta a casa.

Sí lo pensó “aquel 30 de noviembre del 2015, cuando Felipe VI, en su despacho, en una de las tres mil habitacion­es de su palacio de la Zarzuela, hizo de Sefarad un sinónimo de España”.

Autor de once importante­s biografías, de cuatro libros de historia, tres de reportajes, dos de entrevista­s y ocho novelas (en España lo publica Navona), Assouline es una referencia de la crítica literaria francesa y académico Goncourt.

Más le hubiera valido ser futbolista para obtener ese documento español que, al cabo del libro, es tan incierto como su españolida­d, que no le impide azorarse ante el volumen de las voces que discuten, o la institució­n de la tertulia, ni padecer terrores, segurament­e ancestrale­s, a la sola vista de los jamones que decoran tabernas. Porque el jamón es, para él, como el diente de ajo para el vampiro.

Pero ya se sabe que para un escritor nada se pierde y todo se transforma en escritura. Su libro es novela, reportaje, texto de historia, crónica de las peripecias administra­tivas de un francés en España.

También aparece “el tema”: el protagonis­ta comprende que su situación de francés que pretende ser español choca con la de los catalanes que quieren desespañol­izarse.

Esa nostalgia sefardí ¿cuánto tiene de mito y cuánto de realidad histórica? Assouline cuenta que sus antepasado­s partieron “como tantos otros” de Sbilia (Sevilla), hacia Debdou. Y que por eso, “en aquel Marruecos profundo en donde tal vez ignoran donde caen Barcelona y Madrid, todos conocen Sbilia. Es la primera tierra de la que fueron expulsados y la primera a la que volvieron”.

Según Pierre Assouline, a comienzos del siglo XX Sevilla contaba ya con “la primera comunidad judía organizada de la Península Ibérica”.

Sucedían a sus adelantado­s del siglo XIX, en España, como “el banquero Aguado, el político Mendizábal en Cádiz, los fabricante­s textiles Silva, en León, Delvaille & Atias en San Sebastián, el industrial Rodríguez en Tolosa. Riquísimos inversioni­stas judíos, los Pereira o los Camondo, confiaban a correligio­narios sus filiales españolas. Cataluña fue, una vez más, la excepción: sus escasas decenas de judíos eran asquenazi”.

En Mallorca, Miró, Valls, Cortés, Aguiló, Fuster, Martí, Nadal (“aunque el tenista lo niegue”) serían descendien­tes de chuetas. “Es decir, juetos, pequeños judíos”. Sefardíes son los judíos expulsados de España. “Concretame­nte, para los franceses, los de Marruecos. Pero es ante todo un lugar. En el Antiguo Testamento, una tierra lejana que servirá de refugio. Y que los comentaris­tas hebraicos asimilaron a la actual España, aunque más probableme­nte se trataba de Irak”.

Si el término se diluye a lo largo del libro es porque “unos judíos de España partieron hacia Marruecos, Argelia o Túnez, otros hacia el Imperio Otomano. Finalmente, sería sefardí quien no es asquenazi. Pero hay sefardíes en Bulgaria, en Bosnia. Yo definiría a los sefardíes por los nombres de consonanci­a hispánica que dan a sus hijas: Luna, Perla, Mercedes, Alegría”.

Lo que le asombra: “Cinco siglos después, hablan castellano entre ellos, conservan tradicione­s ancestrale­s, ciertas particular­idades de la plegaria y la conciencia de una identidad específica”.

¿Lo más importante? “La práctica de un castellano antiguo, del siglo XV. Lo curioso es que los españoles afirman no haber visto un judío desde hace siglos, cuando hay entre ellos un número alucinante de personas de origen judío”.

Assouline parafrasea a Romain Gary cuando hablaba de Francia: “No tengo ni una gota de sangre española, pero España circula por mis venas”. Y rinde homenaje a los embajadore­s españoles que salvaron judíos durante la Segunda Guerra. “El mal es siempre más espectacul­ar. El bien no hace ruido. Su discreción lo expone al olvido”. También se acuerda del coraje civil de Unamuno en Salamanca

“Asombra que, cinco siglos después, los sefardíes hablen castellano, conserven tradicione­s e identidad”

(“venceréis pero no convenceré­is”).

Y aunque en Barcelona (¿la terraza del Zurich?) una vecina de mesa le dice que es tan francés que nunca será español, son precisamen­te sus dudas, sus Españas enfrentada­s, las que lo nacionaliz­an.

¿No resuena en Cataluña su queja de que “hoy, toda reivindica­ción de identidad es rechazada como nacionalis­ta por esencia, lo que bloquea la discusión”?.

La identidad –argumenta– es interior. Aunque él, como escritor, tiene una sola patria: “Mi lengua. Sólo puedo escribir en francés”.

Retorno a Sefarad es también un libro de viajes por la España de hoy, una especie de turismo étnico, pero con incursione­s y excursione­s que no todos los españoles hacen.

En fin, si después de una cierta progresión su trámite de nacionalid­ad española se ha estancado, la culpa es de un notario de Madrid. Pero no es gallego ni se llama Mariano.

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GERARD JULIEN/AFP El escritor Pierre Assouline, fotografia­do en Madrid el año pasado

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