Fin de curso
LA sensación en el plenario del Ayuntamiento de Barcelona fue de final de mandato, aunque falte un año para las elecciones municipales. Ignoro si este Consistorio puede tener futuro, pero no parece que disponga de presente. Llama la atención que, con once concejales, el grupo político que encabeza Ada Colau echara por la borda al PSC en diciembre cuando le daba más músculo y mayor transversalidad. Ha sido un mal negocio dejarse llevar por los vientos de la política, cuando la alcaldesa debió atarse al mástil de la nave, como cuando Ulises intentó no sucumbir ante los cantos de las sirenas camino de Ítaca.
La jornada de ayer no fue un buen día para los comunes, pues no encontró ninguna complicidad para sacar adelante dos de sus propuestas estrella: el tranvía por la Diagonal y su multiconsulta. Dan Brown decía en una entrevista al suplemento +Barcelona de este diario que la ciudad lo tiene todo, una gran belleza y un pensamiento de vanguardia, pero la sensación es que ha perdido la iniciativa. La capital catalana anda desnortada, sin un proyecto estratégico, aunque su solidez le permite resistir a las tensiones de los políticos y a las dudas de sus gestores. Pero la sensación es que Barcelona avanza a trompicones y sin consensos, con miedo a tomar decisiones. A este Consistorio le sobra ideología y le faltan utopías. Les cuesta invertir en cultura, apostar por el conocimiento, redefinir el turismo, escuchar a los que no son los suyos. El buen alcalde o alcaldesa es aquel al que los ciudadanos sienten como propio, que es capaz de subir la autoestima y de hacer crecer el orgullo de pertenencia. Colau y Pisarello declararon su maragallismo la noche antes en el Ateneu, olvidando que nadie como Maragall se la jugó con unos JJ.OO. que comportaron riesgos, transformaron la ciudad y generaron riqueza. ¿Seguro que los actuales gestores de la ciudad hubieran sido capaces de afrontar un reto así con tanta mala conciencia en la mochila?