Madrid como trofeo
Cuando se haga balance global de los gobiernos conservadores en España, será parecido a este: gobernaron razonablemente la economía, pero no supieron cerrar las grandes crisis a que se enfrentaron. El gabinete Aznar batió el récord de la torpeza ante los atentados del 11-M. El gabinete Rajoy todavía no supo cerrar el conflicto catalán y está en riesgo de perder la batalla de la opinión pública supranacional. Quiso combatir la corrupción, pero no consiguió combatir la imagen de que convive con ella y por eso paga un alto precio en la intención de voto. Y estos días se enfrenta a la crisis Cifuentes con una desorientación antológica: a pesar de todas las evidencias de fraudes, todo lo que llega a expresar su presidente es su deseo de que todo se resuelva con celeridad.
¿Y quién tiene que resolverlo? La misma persona que lo dice. La propia Cifuentes, según la información que ayer publicó la web de este diario, “deja en manos de Rajoy la decisión final de su dimisión”, pero Rajoy ha delegado en Martínez-Maillo, y MartínezMaillo, coordinador general del partido, juega a retrasar la solución y entretiene a la opinión publicada jugando al despiste y al “ya veremos”, como si estuviesen buscando la salvación de la presidenta: primero esperan a ver qué dicen los rectores de universidad y después tratarán de esperar a ver qué cuentan los informes de la Fiscalía, con la levísima esperanza de que el estamento judicial –¡otra vez!–les resuelva un problema político.
En ese juego aparece lo más utilitario y lo menos noble de la política: el debate final que proporciona el PP no es un debate de ejemplaridad de los cargos públicos, sino algo mucho más estratégico –tómenlo como un eufemismo de rastrero– de ver cómo se consigue que Ciudadanos sea el perjudicado del episodio. Para el PP es tan humillante que su principal competidor se cargue a otro gobierno autónomo y llene así su sala de trofeos que se siente incapaz de mostrarse resolutivo y poner otro nombre en lugar de Cifuentes, aunque sólo sea para seguir gobernando una comunidad tan emblemática. Si esa comunidad no fuese Madrid y lo que Madrid significa para el PP, estoy seguro de que forzaría a Albert Rivera a votar con Podemos, esa gente de tantas raíces en Venezuela e Irán.
¿Y qué se consigue con ello? Que un conflicto que pudo cerrarse en una semana se prolongue en el tiempo y el tiempo en este caso no pasa a favor del PP. No pasa a su favor, porque cada día hay nuevas revelaciones y falsificaciones que agravan la crisis Cifuentes; porque ella misma, pasado el baño de masas de la convención de Sevilla, no se atreve ni a desmentir lo publicado; porque la oposición endurece sus palabras de condena y ya perjudican más al partido que a la protagonista; porque se transmite otra vez imagen de tolerancia con una corrupción, y porque lo que está quedando en la opinión es que importa menos la ética que el poder.
Para el PP es tan humillante que su competidor se cargue a otro presidente que se ve incapaz de resolver