La Vanguardia (1ª edición)

Madrid como trofeo

- Fernando Ónega

Cuando se haga balance global de los gobiernos conservado­res en España, será parecido a este: gobernaron razonablem­ente la economía, pero no supieron cerrar las grandes crisis a que se enfrentaro­n. El gabinete Aznar batió el récord de la torpeza ante los atentados del 11-M. El gabinete Rajoy todavía no supo cerrar el conflicto catalán y está en riesgo de perder la batalla de la opinión pública supranacio­nal. Quiso combatir la corrupción, pero no consiguió combatir la imagen de que convive con ella y por eso paga un alto precio en la intención de voto. Y estos días se enfrenta a la crisis Cifuentes con una desorienta­ción antológica: a pesar de todas las evidencias de fraudes, todo lo que llega a expresar su presidente es su deseo de que todo se resuelva con celeridad.

¿Y quién tiene que resolverlo? La misma persona que lo dice. La propia Cifuentes, según la informació­n que ayer publicó la web de este diario, “deja en manos de Rajoy la decisión final de su dimisión”, pero Rajoy ha delegado en Martínez-Maillo, y MartínezMa­illo, coordinado­r general del partido, juega a retrasar la solución y entretiene a la opinión publicada jugando al despiste y al “ya veremos”, como si estuviesen buscando la salvación de la presidenta: primero esperan a ver qué dicen los rectores de universida­d y después tratarán de esperar a ver qué cuentan los informes de la Fiscalía, con la levísima esperanza de que el estamento judicial –¡otra vez!–les resuelva un problema político.

En ese juego aparece lo más utilitario y lo menos noble de la política: el debate final que proporcion­a el PP no es un debate de ejemplarid­ad de los cargos públicos, sino algo mucho más estratégic­o –tómenlo como un eufemismo de rastrero– de ver cómo se consigue que Ciudadanos sea el perjudicad­o del episodio. Para el PP es tan humillante que su principal competidor se cargue a otro gobierno autónomo y llene así su sala de trofeos que se siente incapaz de mostrarse resolutivo y poner otro nombre en lugar de Cifuentes, aunque sólo sea para seguir gobernando una comunidad tan emblemátic­a. Si esa comunidad no fuese Madrid y lo que Madrid significa para el PP, estoy seguro de que forzaría a Albert Rivera a votar con Podemos, esa gente de tantas raíces en Venezuela e Irán.

¿Y qué se consigue con ello? Que un conflicto que pudo cerrarse en una semana se prolongue en el tiempo y el tiempo en este caso no pasa a favor del PP. No pasa a su favor, porque cada día hay nuevas revelacion­es y falsificac­iones que agravan la crisis Cifuentes; porque ella misma, pasado el baño de masas de la convención de Sevilla, no se atreve ni a desmentir lo publicado; porque la oposición endurece sus palabras de condena y ya perjudican más al partido que a la protagonis­ta; porque se transmite otra vez imagen de tolerancia con una corrupción, y porque lo que está quedando en la opinión es que importa menos la ética que el poder.

Para el PP es tan humillante que su competidor se cargue a otro presidente que se ve incapaz de resolver

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