La mancha del máster se extiende
CADA día que pasa, la mancha que ha causado el máster otorgado de modo presuntamente irregular por la Universidad Rey Juan Carlos (URJC) a Cristina Cifuentes, presidenta de la Comunidad de Madrid, se extiende y daña nuevos prestigios, particulares o institucionales. Ni Cifuentes ni la formación a la que representa, el Partido Popular, parecen creer urgente cortar por lo sano y evitar que la gangrena siga avanzando. A pesar de que la erosión política sufrida por Cifuentes, según percepción extendida en la opinión pública, es ya irreversible y por tanto irreparable. A pesar de que cotidianamente van aflorando casos similares al de Cifuentes, protagonizados por otros políticos de la formación conservadora. A pesar de que la URCJ ve cómo su credibilidad se degrada sin cesar. Y a pesar de que todo el sistema universitario se ve cuestionado por este escándalo.
La Conferencia de Rectores de Universidades Españolas (CRUE) hizo ayer público su informe sobre el caso, en el que se califican de “graves irregularidades” las actuaciones investigadas y se reitera la inexistencia del trabajo de fin de máster de Cifuentes. Fuentes izquierdistas calificaron este informe de “decepcionante”. Pero sin duda está en la línea de las investigaciones realizadas hasta ahora, gracias a las cuales hemos sabido de firmas falsificadas en las actas del máster; del bochornoso enfrentamiento entre distintos cargos de la URJC, incluido su rector, y, como apuntábamos más arriba, de la posibilidad de que no nos hallemos, ni mucho menos, ante un caso aislado.
No cuesta mucho entender los motivos por los que Cifuentes y el PP se resisten a dar su brazo a torcer. Cifuentes se había labrado un perfil de figura renovadora en el seno del PP, de martillo de los numerosos casos de corrupción protagonizados por sus correligionarios, y ahora su expediente académico en la URJC parece cualquier cosa menos ejemplar. El PP, corroído por los mencionados casos de corrupción, se resiste a acelerar el relevo en una comunidad, la de Madrid, que ha gobernado desde 1995 a lo largo de siete legislaturas, que es la segunda más rica de España y que constituye un bastión electoral del que teme verse privado. Al PP le da la sensación, a un año de las elecciones autonómicas, tras perder la alcaldía de Madrid y con Ciudadanos sacándole varios puntos de ventaja en las encuestas, de que una hipotética derrota en la comunidad resultaría catastrófica, por sí misma y con vistas a las generales.
Sin embargo, lo más sensato sería rendirse a la evidencia. En primer lugar, por una cuestión de dignidad o, al menos, de higiene democrática. En países de nuestro entorno, falsedades académicas de menor entidad han dado al traste con la carrera de políticos encumbrados en ministerios del máximo nivel. Y, en segundo lugar, por una razón estrictamente pragmática: la fiabilidad de Cifuentes ha sufrido ya daños masivos. Por más sonrisas que prodigue, por más silencios que guarde al ser preguntada, por más aplausos que reciba de los suyos, su ciclo parece agotado.
El empecinamiento y la contumacia son prácticas arraigadas en España. Con especial incidencia en el PP, un partido donde los casos de corrupción son frecuentes, de manera que muchas veces se ha optado por negarlos o por convivir con ellos. Si el PP no procede al saneamiento debido en el caso del máster, para así liberarse de sospecha o complicidad, debería al menos hacerlo para evitar que Cifuentes le salpique en su caída.