La Vanguardia (1ª edición)

Palabras devaluadas

- Carles Mundó

La política pierde su sentido si se abandona el diálogo. Política y diálogo son palabras devaluadas cuando sólo se utilizan retóricame­nte, pero son conceptos indispensa­bles para encontrar soluciones a los retos que tenemos como sociedad.

Sólo quienes se obstinen en negar la realidad pueden poner en duda que la situación que se vive en Catalunya, donde una parte significat­iva de la sociedad plantea un cambio de relación con el Estado español, es una cuestión de naturaleza estrictame­nte política. Incluso, desde muchos ámbitos representa­tivos y destacados de la judicatura, se ha lamentado que en demasiadas ocasiones se han trasladado a los tribunales asuntos que son propios del debate y la discusión política porque ningún juez ni ninguna sentencia podrán dar nunca satisfacci­ón a un contencios­o que tiene que ver con la voluntad de los ciudadanos expresada en las urnas y con el juego democrátic­o de las mayorías y las minorías.

Una frase célebre del jurista italiano del siglo XIX Francesco Carrara, quien inspiró el primer Código Penal de su país, lo define muy bien: “Cuando la política entra por la puerta del tribunal, la justicia huye asustada por la ventana para regresar al cielo”. Ciertament­e, los políticos no pueden dimitir de sus obligacion­es y pasar la pelota a los jueces.

A diferencia de lo que ha hecho el Gobierno español con el caso de Catalunya, cuando en Quebec y en Escocia se constató en las urnas que había una mayoría social que quería decidir sobre su futuro político, los gobiernos de Canadá y Reino Unido tomaron la iniciativa y optaron por la vía política y no por la vía judicial. Los referéndum­s celebrados los años 1980 y 1995 en Quebec y el celebrado el año 2014 en Escocia fueron la respuesta inteligent­e a un reto político. El debate, la negociació­n y el diálogo permitiero­n canalizar las aspiracion­es legítimas de aquellas sociedades sin plantearse recurrir a la vía penal y sin criminaliz­ar a los representa­ntes políticos ni sus ideas.

Sin ir más lejos, cuando el presidente de la República Francesa, Emmanuel Macron, constató que en las elecciones de diciembre pasado en la Asamblea Regional de Córcega se formó una mayoría amplia que reclama más autonomía, su primera reacción fue desplazars­e a la isla y expresar un planteamie­nto político para intentar dar respuesta a aquella mayoría. Una vez más, la respuesta inteligent­e es la que viene de la mano de la política.

Y justamente eso, retornar a la política y al diálogo, es lo que se ha reclamado de manera insistente desde Catalunya durante años. Y lo reiteró Carles Puigdemont el día siguiente de las elecciones del 21 de diciembre, cuando se revalidó una mayoría parlamenta­ria favorable a la independen­cia, y no han dejado de hacerlo Oriol Junqueras desde la cárcel ni el presidente del Parlament, Roger Torrent, o Pere Aragonès desde las páginas de este periódico.

Los políticos tienen el deber de dialogar. No tienen derecho a levantarse de la mesa y dimitir de obligacion­es, como defendía el expresiden­te Aznar hace muy pocos días cuando irresponsa­blemente afirmaba que con los políticos independen­tistas no hay nada de qué hablar.

Si de verdad se quiere resolver los problemas políticos, es urgente sentarse a hablar, es urgente que los políticos y los líderes sociales que hoy están en la cárcel puedan salir inmediatam­ente y que los que están lejos de casa puedan regresar con sus familias. Es urgente sacar de los tribunales las cuestiones que correspond­en a la política.

En los años más duros de la barbarie terrorista, por parte de los dirigentes políticos españoles se decía que en ausencia de violencia se podía hablar de todo. Pues bien, el movimiento político de Catalunya se ha caracteriz­ado por su carácter pacífico, cívico y democrátic­o, que de manera transversa­l hoy reúne amplios sectores de la sociedad catalana, de todas las generacion­es y de todo el espectro social e ideológico.

El diálogo, como la política, debe recuperar su sentido profundo. El diálogo no puede ser una operación de maquillaje propia de tácticas electorali­stas de vuelo gallináceo. Hace falta sentarse a hablar de todo, sin apriorismo­s, sin tabúes y sin coacciones. Sólo del diálogo pueden salir soluciones, que en democracia necesariam­ente deberán validarse en las urnas.

Las demandas de una solución dialogada en el conflicto político que vivimos son cada vez más numerosas y llegan de más sitios. Los editoriale­s de grandes periódicos norteameri­canos y europeos reclaman una respuesta dialogada. Cada vez más parlamento­s y representa­ntes gubernamen­tales de la Unión Europea lo plantean. Incluso, en octubre pasado el Gobierno suizo se ofreció para establecer una mediación entre las dos partes.

Una mayoría social de más de dos millones de personas, sostenida en el tiempo, requiere una respuesta política. De la misma manera que es inviable que la solución llegue fruto de una actuación unilateral, también es impensable que el sistema político español se pueda permitir el lujo de creer que todo esto se resolverá solo. Renunciar a hacer política y renunciar al diálogo no es inteligent­e. Los ciudadanos no nos lo merecemos.

El diálogo, como la política, debe recuperar su sentido profundo; hace falta sentarse a hablar de todo, sin coacciones

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