Palabras devaluadas
La política pierde su sentido si se abandona el diálogo. Política y diálogo son palabras devaluadas cuando sólo se utilizan retóricamente, pero son conceptos indispensables para encontrar soluciones a los retos que tenemos como sociedad.
Sólo quienes se obstinen en negar la realidad pueden poner en duda que la situación que se vive en Catalunya, donde una parte significativa de la sociedad plantea un cambio de relación con el Estado español, es una cuestión de naturaleza estrictamente política. Incluso, desde muchos ámbitos representativos y destacados de la judicatura, se ha lamentado que en demasiadas ocasiones se han trasladado a los tribunales asuntos que son propios del debate y la discusión política porque ningún juez ni ninguna sentencia podrán dar nunca satisfacción a un contencioso que tiene que ver con la voluntad de los ciudadanos expresada en las urnas y con el juego democrático de las mayorías y las minorías.
Una frase célebre del jurista italiano del siglo XIX Francesco Carrara, quien inspiró el primer Código Penal de su país, lo define muy bien: “Cuando la política entra por la puerta del tribunal, la justicia huye asustada por la ventana para regresar al cielo”. Ciertamente, los políticos no pueden dimitir de sus obligaciones y pasar la pelota a los jueces.
A diferencia de lo que ha hecho el Gobierno español con el caso de Catalunya, cuando en Quebec y en Escocia se constató en las urnas que había una mayoría social que quería decidir sobre su futuro político, los gobiernos de Canadá y Reino Unido tomaron la iniciativa y optaron por la vía política y no por la vía judicial. Los referéndums celebrados los años 1980 y 1995 en Quebec y el celebrado el año 2014 en Escocia fueron la respuesta inteligente a un reto político. El debate, la negociación y el diálogo permitieron canalizar las aspiraciones legítimas de aquellas sociedades sin plantearse recurrir a la vía penal y sin criminalizar a los representantes políticos ni sus ideas.
Sin ir más lejos, cuando el presidente de la República Francesa, Emmanuel Macron, constató que en las elecciones de diciembre pasado en la Asamblea Regional de Córcega se formó una mayoría amplia que reclama más autonomía, su primera reacción fue desplazarse a la isla y expresar un planteamiento político para intentar dar respuesta a aquella mayoría. Una vez más, la respuesta inteligente es la que viene de la mano de la política.
Y justamente eso, retornar a la política y al diálogo, es lo que se ha reclamado de manera insistente desde Catalunya durante años. Y lo reiteró Carles Puigdemont el día siguiente de las elecciones del 21 de diciembre, cuando se revalidó una mayoría parlamentaria favorable a la independencia, y no han dejado de hacerlo Oriol Junqueras desde la cárcel ni el presidente del Parlament, Roger Torrent, o Pere Aragonès desde las páginas de este periódico.
Los políticos tienen el deber de dialogar. No tienen derecho a levantarse de la mesa y dimitir de obligaciones, como defendía el expresidente Aznar hace muy pocos días cuando irresponsablemente afirmaba que con los políticos independentistas no hay nada de qué hablar.
Si de verdad se quiere resolver los problemas políticos, es urgente sentarse a hablar, es urgente que los políticos y los líderes sociales que hoy están en la cárcel puedan salir inmediatamente y que los que están lejos de casa puedan regresar con sus familias. Es urgente sacar de los tribunales las cuestiones que corresponden a la política.
En los años más duros de la barbarie terrorista, por parte de los dirigentes políticos españoles se decía que en ausencia de violencia se podía hablar de todo. Pues bien, el movimiento político de Catalunya se ha caracterizado por su carácter pacífico, cívico y democrático, que de manera transversal hoy reúne amplios sectores de la sociedad catalana, de todas las generaciones y de todo el espectro social e ideológico.
El diálogo, como la política, debe recuperar su sentido profundo. El diálogo no puede ser una operación de maquillaje propia de tácticas electoralistas de vuelo gallináceo. Hace falta sentarse a hablar de todo, sin apriorismos, sin tabúes y sin coacciones. Sólo del diálogo pueden salir soluciones, que en democracia necesariamente deberán validarse en las urnas.
Las demandas de una solución dialogada en el conflicto político que vivimos son cada vez más numerosas y llegan de más sitios. Los editoriales de grandes periódicos norteamericanos y europeos reclaman una respuesta dialogada. Cada vez más parlamentos y representantes gubernamentales de la Unión Europea lo plantean. Incluso, en octubre pasado el Gobierno suizo se ofreció para establecer una mediación entre las dos partes.
Una mayoría social de más de dos millones de personas, sostenida en el tiempo, requiere una respuesta política. De la misma manera que es inviable que la solución llegue fruto de una actuación unilateral, también es impensable que el sistema político español se pueda permitir el lujo de creer que todo esto se resolverá solo. Renunciar a hacer política y renunciar al diálogo no es inteligente. Los ciudadanos no nos lo merecemos.
El diálogo, como la política, debe recuperar su sentido profundo; hace falta sentarse a hablar de todo, sin coacciones