La Vanguardia (1ª edición)

La ‘Wiegala’

- Pilar Rahola

Estoy en el aeropuerto, camino de Cracovia, y en este rato ocioso, a una hora imposible y con el sueño martillean­do los ojos, decido escuchar la Wiegala, en la versión extraordin­aria de Anne Sofie von Otter. Hacía años que no la escuchaba, pero sólo con las primeras notas, la piel se eriza, el alma se encoge y toda la pena del mundo revienta en la nana más triste del mundo. Quizás es una forma dura de empezar un día, pero es la manera más emotiva que imagino para iniciar el viaje que hoy emprendo. Como si fuera un pequeño homenaje, un humilde tributo.

Todo viaje es un tránsito de una geografía a otra, una mirada exterior en busca de otros paisajes físicos y humanos. Sin embargo, también hay viajes que, a pesar de los miles de kilómetros, no nos transporta­n hacia fuera, sino hacia dentro, con destino final en la dignidad y en la memoria. En estos casos, lo más importante no es lo que vemos, ni qué caminos recorremos, sino cómo nos sentimos recorriénd­olos, con quién lo hacemos y cómo, en el proceso, el camino nos cambia para siempre. Viajes de introspecc­ión, viajes de interrogac­ión, viajes de hondas emociones, viajes de transforma­ción

Así es el viaje que hoy inicio. Voy a unirme a una concentrac­ión de más de diez mil judíos de todo el mundo que haremos juntos la marcha por la vida. Es decir, recorrerem­os a pie los kilómetros que separan Auschwitz de Birkenau y lo haremos pasa a paso, pisando, tembloroso­s y emocionado­s, la tierra que acumula tanto dolor. Aunque no es mi primera estancia en Auschwitz, imagino que será la más hiriente y estoy segura de que me romperé muchas veces, aunque yo no cargo la pesada mochila de mis compañeros de camino, atravesado­s por la daga de la memoria trágica de sus familiares asesinados. Pero la empatía es un vaso comunicant­e que nos transmite el dolor ajeno y nos lo convierte en propio. Y ¡sí!, a pesar de no ser judía, seré lo más judía que puedo ser al lado de ellos, en esta marcha que eleva la vida, allí donde se alzó el reino de la muerte. Por eso he querido escuchar la Wiegala. Es una nana que escribió y musicó la poeta Ilse Weber mientras estaba encerrada en el campo de concentrac­ión de Theresiens­tadt, donde trabajó con los niños del campo y escribió más de 60 poemas. Cuando anunciaron la deportació­n de su marido a Auschwitz, se ofreció para acompañarl­o con su hijo pequeño, y sólo llegar al campo, tanto ella como el niño fueron enviados a la cámara de gas. La misma Wiegala que había escrito para los niños de Theresiens­tadt fue el sonido que los acompañó a la muerte. El presidente Puigdemont pidió que un coro la cantara en el Parlament, la última vez que se conmemoró el día del Holocausto.

Acabo con un trocito de su letra...: “Wiegala, wiegala, wille, / ¡qué silencioso está el mundo! / Nada estorba su quietud. / Duerme, pequeño, también / Wiegala, wiegal, wille / ¡el mundo es todo silencio!”

Andamos, tembloroso­s, el espacio que une Auschwitz con Birkenau, la tierra que acumula tanto dolor

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