“Los mató mi hijo y le ayudé porque yo maté a su madre”
El acusado de los crímenes de Susqueda contó a su compañero de celda que sólo ayudó a su hijo a deshacerse de los cadáveres
Al listado de indicios que en los últimos nueve meses han ido reuniendo los Mossos d’Esquadra para apuntalar la culpabilidad del que consideran único autor de los asesinatos de Paula Mas Pruna y Marc Hernández López, en el pantano de Susqueda, hay que añadir una última prueba que les facilitó el propio investigado, cuando ya estaba detenido. Jordi Magentí Gamell llevaba menos de una semana compartiendo celda con un preso de confianza, David G. M., en la cárcel de Puig de les Basses, en Figueres. Una tarde le contó que fue su hijo, Jordi Magentí García, quien asesinó a los jóvenes del Maresme cuando los sorprendió en su plantación de marihuana y que él sólo le ayudó a deshacerse de los cadáveres. “Se lo debía, yo ya maté a su madre”.
El preso compartió el relato con el director de la cárcel Puig de les Basses, en Figueres, y los Mossos se trasladaron al centro penitenciario para tomarle declaración. Fue un interrogatorio muy incisivo en el que el hombre trasladó a los investigadores detalles sobre los crímenes del pantano de Susqueda que no habían trascendido en los medios de comunicación y que sólo se los pudo contar Magentí.
Los mossos de la Unidad Central de Personas Desaparecidas no dieron crédito a las revelaciones de Magentí, que, sin darse cuenta y en un intento desesperado de justificar el posible hallazgo de su ADN en los cadáveres, se colocó por primera vez en la escena del crimen, manipulando los cuerpos.
El preso contó con muchísimo detalle la complicada convivencia de los primeros días en la misma celda. El acusado de los crímenes del pantano ingresó en prisión “muy nervioso, negando ser el autor”. Él aseguraba con desesperación que no tenía nada que ver con las muertes y recuperó una de las versiones que ya dio a los Mossos, que en esos días, sin situarse nunca en el pantano el día del crimen, oyó unos disparos que relacionó con cazadores. El preso le advirtió que él era cazador y que nunca hay batidas de jabalí en el mes de agosto en el pantano.
Una tarde complicada, en la que ambos presos estuvieron casi a punto de llegar a las manos, Magentí le dijo: “Me fumo un cigarro y después te cuento la verdad”. Y le contó que hacía tiempo que ayudaba a su hijo en la plantación de marihuana que este tenía en Sant Martí de Ter, que era el encargado de la vigilancia, pero que ese 24 de agosto realizó varios viajes al pantano con su Land Rover Defender blanco para ir a buscar agua. Y que al regresar de uno de los desplazamientos descubrió que su hijo había asesinado a dos jóvenes a los que sorprendió en la plantación de marihuana. “A Marc le disparó tres veces por la espalda y a Paula, una vez en la cabeza”. Explicó que se encargó de trasladar los cuerpos hasta el pantano. Que los desnudó. Que se deshizo de todas sus pertenencias, repartidas en dos mochilas que lastró colocando una piedra en cada una, y que ató después a los cuerpos con cuerdas del kayak. Que los hundió en un punto del embalse que él sabía que tenía más profundidad y que se deshizo del coche de la pareja.
¿Por qué lo hizo?, le preguntó el preso. “Bueno, es que yo maté a su madre y le tenía que ayudar”.
La presunta confesión de Magentí carece de pies ni cabeza para los investigadores. Si algo tienen claro los Mossos es el lugar en el que la pareja fue asesinada y no es la plantación de marihuana, sino en ese punto del pantano, la zona conocida con ruinas como la Rierica, en la que el sospechoso siempre acudía a pescar.
Magentí necesitaba justificar de alguna manera la posibilidad de que los Mossos acabaran encontrando restos de ADN en el escenario, la mochila de Marc, el kayak o cualquier otro punto vinculado con el crimen. Además, no le importó señalar a su hijo porque en los últimos tiempos la relación con él se había distorsionado. El sospechoso había decidido huir a Colombia, donde ya vivió dos años y de donde es su actual mujer, pero necesitaba dinero. Su hijo ya había vendido la última cosecha de marihuana, pero no le pagaba la parte que le correspondía por hacer de vigilante. Estaba cabreado, creía que si hubiera tenido ese dinero se habría podido fugar hace tiempo y los Mossos no le habrían detenido.
Con esa confesión en prisión, el acusado se situó en la escena del crimen con detalles que no habían trascendido