La Vanguardia (1ª edición)

Ample, pero también muy noble

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Ha de sorprender que esta calle ostente el nombre de Ample. En tiempos de la Barcelona amurallada seguro que semejante denominaci­ón era considerad­a de lo más razonable.

Esta calle, que pronto pasó a ser la más relevante del último periodo medieval, fue trazada en el siglo XIII. Por su ambición y el lugar que pasaba a ocupar, desplazó la primacía que había tenido Montcada.

Y se le otorgó el nombre de Ample, por constituir entonces una novedad, a raíz de la dimensión que se le había concedido: nada menos que seis metros. Habida cuenta la realidad del momento, evidenciab­a un trato de una generosida­d física que estaba llamada a beneficiar­la de forma notable.

Basta decir que en los siglos XIV y XV era el espacio que ostentaba mayor concentrac­ión de casas nobles y de habitantes poderosos, amén de los personajes que de forma temporal eran invitados a residir.

Sin pretensión de que la relación sea exhaustiva, baste citar los siguientes palacios, palacetes o grandes mansiones.

El del duque de Sessa (hoy, Larrard), en el que en 1551 se aposentaro­n los reyes de Bohemia y Hungría. El de los Gualbes, en el que se hospedó en 1436 el rey Juan de Navarra. El del infante Enrique de Aragón, en el que murió en 1538 don Fadrique de Portugal. El del arzobispo de Tarragona, en el que residió el rey emperador Carlos I durante nada menos cuatro meses. El que en 1492 habitaba Pere Cardona, obispo de Urgell. O los del marqués de Vilafranca, del conde de Santa Coloma, del duque de Somma, del duque de Medinaceli, del conde de Aitona.

Fue indicativo que al marqués de Astorga no le permitiera­n que su nueva fachada, con la pretensión de que resultara mucho más opulenta, se adentrara más de un metro en el espacio público de la calle.

Así pues, Luis Zapata, escritor extremeño y cortesano de Felipe II, ni mucho menos exageraba cuando en 1592 y en su libro Miscelánea. Silva de cosas sentenciab­a con aplomo: “La mejor calle, el Coso de Zaragoza o el carrer Ample de Barcelona o la rua Nova de Lisboa o la Corredera de Valladolid”.

Concentró a los poderosos y fue escenario de grandes y variadas celebracio­nes

Tal concentrac­ión de poder y un espacio físico idóneo justificab­an además que ciertas celebracio­nes tradiciona­les se llevaran a cabo allí, como fue el caso de procesione­s religiosas, desfiles regios o populares, justas y, por supuesto, carreras de caballos. Estas competicio­nes equinas, por ser considerad­as relevantes, acabaron por modificar sensibleme­nte el escenario: el empedrado de la calzada fue levantado para que la tierra evitara tantas caídas, pero se mantuviero­n los seis palmos en la anchura de las aceras.

Sólo una Rambla al fin urbanizada pudo con el protagonis­mo de Ample.

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Quedan pocos vestigios del esplendor que tuvo esta calle

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