La botella inquietante
El colmado Vic, de la plazoleta de Sant Miquel, está vinculado a uno de los momentos más felices de mi vida. Me acababa de cambiar de piso y quería sentirme de Gràcia com si hubiera vivido en el barrio desde siempre. El propietario, que se llamaba Joan, vestía un guardapolvo azul, montaba unos escaparates temáticos que prolongaban todo el año el ambiente de la fiesta mayor y tenía algunos productos especiales: sobrasadas y ensaimadas que le traían de Mallorca. También tenía unos fuets sequísimos. La tieta Mercè me había explicado que antes de ser colmado, el Vic fue una tienda de aceites y jabones, que se transformó cuando el aceite y el jabón empezaron a venderse envasados. Abría hasta las ocho y media o las nueve: ideal para las compras de última hora. Antes de abrir o después de cerrar, te podías encontrar a Joan, su esposa Glòria, las hijas o el yerno carpintero en el bar Roure, que también era nuestro bar. Santi me ha explicado muchas veces su teoría de los proveedores. Todos los productos que no necesitas en cantidades industriales los compras en las tiendas del barrio. Los tenderos son tus amigos, y los domingos vienen a tomar un vermut. Era una filosofía de la vida y un mundo que me encantaban.
Hace poco cambié de casa y los primeros días localicé una bodega en la que, como en el Vic, tienen ensaimadas y sobrasadas de Mallorca. Ya no siento aquella ilusión de querer ser del barrio de toda la vida. Ya soy mayorcito, y el colmado no es como el colmado de Joan. Lo lleva una familia, pero tiene dependientes que hacen turnos. En lugar de productos de colmado venden vinos y conservas de calidad, con alguna botella de agua y algún brik de leche de emergencia. Lo que me enamora es que los envases de Vichy son retornables. Me incomoda romper cada vez la botella y me desespera que las botellas de PET cuesten veinte céntimos más que las botellas de cristal (¡un 20% más!). Me presento con un cesto y cambio los envases por botellas llenas.
El otro día me dieron una botella lisa. Hace unos años Vichy Catalán cambió de envase, sacó uno rugoso, com si fuera de trencadís, para remarcar la relación con Barcelona (y, de paso, para hacerse perdonar el catalán del nombre). La botella sin dibujo era una botella de agua natural Font d’Or que se había introducido en la cadena de embotellaje del Vichy. Llené el vaso y me pasé un rato mirando las burbujitas. Cuando era un chaval, en algunos bares, cuando llegaba una botella de Coca-Cola llena de Fanta o una botella de Fanta llena de Coca-Cola no te la servían: la colocaban en el estante, entre las botellas de licor. Siempre había pensado que lo hacían para realzar su excepcionalidad, para remarcar la suerte que habían tenido al tocarles aquella botella tan rara. Ahora comprendo que era un acto de resistencia. La Coca-Cola y la Fanta pretendían estandarizarles, y no pensaban permitirlo. Por eso, cada vez que la embotelladora la pifiaba era un triunfo. Lo celebraban con un vermut y colocaban en la estantería la botella equivocada como el jíbaro que clava en la puerta de su choza una cabeza reducida.
Me incomoda romper cada vez la botella y me desespera que las botellas de PET cuesten veinte céntimos más que las de cristal