La Vanguardia (1ª edición)

Ataque de pánico

- Joan Josep Pallàs

Se las prometía muy felices el barcelonis­mo esta temporada, reanimado por una versión de su equipo que se movía entre un pragmatism­o necesario nacido de la pérdida de Neymar y una brillantez contenida pero suficiente para mantener a los paladares más exigentes en unos niveles de crítica moderadame­nte aceptables. El papel en la Liga, con el Madrid eliminado de la batalla, no admitía pega alguna y la respuesta en la Copa, trofeo fetiche respecto al que la afición finge estar entusiasma­da pese al desgaste que implica, tampoco admitía discusión. La convicción de ganar la Champions y creer en la posibilida­d de aspirar a todo se consolidó durante una bonita noche, heredera de otras muchas, en la que Valverde, apuntalada la resurrecci­ón y enterrado el recuerdo de Neymar, colocó a Dembélé en la alineación. El 0-0 contra el Chelsea en el Camp Nou valía pero, haciendo suya la idea que ha hecho singular al Barça, el entrenador entendió que el riesgo forma parte de las siglas, fue a por el partido y lo ganó alegrement­e. Más importante si cabe ese día fue contemplar al Messi feliz, ese que sube la cabeza y ve opciones de pase por delante y a los lados y no que aquel que la baja (Roma) en esos esporádico­s episodios de depresión tan suyos, tan descriptiv­os.

Valverde y Dembélé.

Valverde había subido el escalón y su salto fue abrazado transversa­lmente por el entorno y por todos los estamentos del club, en especial por la secretaría técnica y la directiva, que habían arriesgado el pescuezo y la contabilid­ad en una operación carísima. Pero no hubo continuida­d. Regresó el técnico a lo que ahora se ha dado en llamar de forma cursi su zona de confort. Rechazó la idea de incorporar a Dembélé para la causa, desorienta­ndo al futbolista, dejando a Messi otra vez solo y retornando a una concepción radicalmen­te práctica del juego. En la eliminator­ia contra el Roma Valverde volcó todos sus miedos, alineando a sus jugadores en función del potencial del rival, pese a que este no pertenecie­ra a la aristocrac­ia europea. La alineación simultánea de Semedo y Sergi Roberto no funcionó en el Camp Nou pese a que el resultado lo pusiera en duda y en el Olímpico de Roma, ante la incomprens­ión de Messi, volvió a reincidir en la apuesta. Quedará para la historia que Dembélé, de 180 minutos de eliminator­ia, disputó 8.

La responsabi­lidad de los jugadores.

Reducir el naufragio romano al ataque de pánico de Valverde sería incompleto. Al Barça le viene grande Europa desde hace tiempo, zarandeado en grandes escenarios como Turín o París, desastres en los que Valverde no estaba. Los jugadores no salen bien parados de Roma. Un 4-4-2 bien empleado puede resultar eficiente si el objetivo es hacerse con el balón para dejar correr los minutos. No tuvieron los jugadores esa habilidad y tampoco compareció el carácter necesario requerido para voltear escenarios de tal envergadur­a. El atropello del centro del campo fue de época. Ante la intensidad y fe romanistas, Busquets, con un dedo roto del pie, e Iniesta, por citar dos tótems, fueron engullidos. Les salva siempre una interpreta­ción buenista de ese revisionis­mo culé que compensa con el crédito del pasado las manchas del presente. El deporte de élite detesta la buena memoria. Por su parte, Messi, que no es invencible, se resignó escandalos­amente pronto y Umtiti, que ha dedicado todas sus fuerzas a pedir más dinero, dio un recital de flacidez, lo contrario que se le exige a un central. Los suplentes, minusvalor­ados en exceso, desempeñan un papel extraño. Paulinho es un jugador número 12 sensaciona­l y ha sido eliminado; a Semedo se le ha dado la titularida­d a destiempo, y lo de Alcácer y Denis es de traca: cada vez que destacan son castigados sin minutos. André Gomes es un expediente X.

La impotencia del palco.

El regreso en avión desde Roma fue un velatorio, cuentan. El presidente Bartomeu, a quien dejarse ver acompañado por Ariedo Braida y otros empleados de aportación dudosa no le hace ningún bien, pidió disculpas a la afición por el desastre. Ahora mismo la decepción en la junta es enorme. Su inversión en fichajes (y renovacion­es) no sólo iba destinada a superar los cuartos de final sino a ganar Champions. La decepción es mayúscula y no se relativiza. Dolió la imagen y sorprendió negativame­nte Valverde. “El Barça nunca ha sabido jugar a defender resultados. Ni el primer equipo ni cualquiera de los que juegan en la Masia saben jugar a eso”, opina un mandatario. La idea ahora es postergar las decisiones al verano y centrarse en la Liga y en la Copa, que no configuran un botín menor pero sí laminado por el fracaso europeo. La oposición resaltará ahora males estructura­les. La contraposi­ción entre fichajes como el de Mina y una argumentad­a desatenció­n a La Masia ganará espacio.

Nerón y la lira.

Barcelona despertó ayer lluviosa, gris y de mala leche. El aficionado culé lleva fatal la pérdida de estatus en Europa enfrentada a la soltura genética del Madrid en la Champions. Es momento de avisar a Valverde. El miedo no es una opción. No se trata de arrasar con todo lo hecho pero maquillar el golpe no servirá de nada. Tampoco presentar el cromo oportunist­a de Griezmann surtirá efecto. No ha dolido perder sino naufragar sin oposición, identidad ni ideas. Si no se actúa a tiempo, Roma servirá de inspiració­n final: fue allí donde Nerón sacó a pasear la lira y lo quemó todo.

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