Paralizado en la banda
Vio a su Barça caer como un equipo pequeño sin tocar nada
Los números le dan todavía la razón a Ernesto Valverde. Las sensaciones se la quitan. La fría matemática indica que el Barça sólo ha perdido 4 partidos de 51 bajo su batuta pero también dice que tres de esas derrotas han costado dos títulos. Nadie le puede discutir su sensatez, su dedicación y el haber llevado al mes de abril al equipo con posibilidades en los tres frentes principales. Tal y como estaba el Barça
tras la fuga de Neymar pocos esperaban un rendimiento así. Pero llegados al rubicón de cuartos de final de la Champions al entrenador se le notó por primera vez que le venía grande el cargo de técnico blaugrana en una situación como la de Roma. El entrenador no es de los que motivan con gritos ni con aspavientos. No es de los que rezuman carisma ni agresividad.
Genera empatía por su porte digno y por su modestia. Pero hete aquí que nadie le ve dando un golpe encima de la mesa por mucho que quienes le conocen digan que hay dos Valverde, el que aparece en público y el íntimo.
Hasta el encuentro del martes el entrenador barcelonista había hecho de la prudencia una virtud, del repliegue un arte y de la capacidad de sufrimiento de su equipo sin balón un punto fuerte. El problema es que en muchas fases de los partidos su conjunto se tornó simplemente resultadista y una vez el resultado ha fallado aparecen muchas frustraciones. Valverde se atribuyó la parte principal de la culpa en un gesto que le honra y con el que intenta seguir siendo una coraza para la plantilla. El asunto es si el equipo continuará creyendo en él de la misma manera a partir de ahora. Al descanso la ESPN captó una frase de Iniesta, que comentó lo siguiente en presencia de Sergi Roberto y Umtiti: “Si vamos a acabar perdiéndola haciendo lo que hacemos…”. Entonces el marcador sólo era de 1-0.
Ese es el principal pecado que se le puede atribuir a Valverde, el de no haber cambiado nada mientras la avalancha se le venía encima . El Barça jugó como un equipo mucho más pequeño que lo que requiere su entidad. Se puede caer pero no de la manera que podía haber perdido cualquiera de los conjuntos anteriores que dirigió el Txingurri. Tras el 2-0 Piqué intercambió impresiones con Valverde, pero aún tardarían en salir hombres de refresco.
Dembélé estuvo calentando un buen rato y cuando parecía que iba a entrar fue abortada la operación y el entrenador recurrió a André Gomes. Con el francés lesionado buena parte de la campaña, Valverde sacrificó a un tercer punta para que su equipo estuviera más junto pero hubo un partido que le tendría que haber demostrado al técnico que aquella etapa había pasado: el Barça-Chelsea. Aquella noche Ernesto se atrevió a colocar a Dembélé de titular y el equipo azulgrana atacó mucho mejor que en Roma. Que un fichaje por el que el club desembolsó más de 100 millones sólo juegue los últimos ocho minutos de una eliminatoria da que pensar. De la prudencia al miedo va un paso y Valverde enseñó miedo. Está en la mano del entrenador y de sus jugadores acabar con un doblete pero el sinsabor de Roma siempre quedará en el debe del técnico, al que se le echa en cara la poca dosificación del plantel. Las alineaciones de Eibar y Las Palmas fueron significativas en ese sentido pero es el entrenador que más veces ha pactado descansos de Messi. Una cosa no quita la otra.