La Vanguardia (1ª edición)

Juegos de mesa

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IGUAL es que Donald Trump leyó a Thomas Mann cuando escribió que “la belleza, como el dolor, hace sufrir”. En caso contrario no se entiende que calificara en Twitter los misiles estadounid­enses dispuestos para atacar Siria como “bonitos, nuevos e inteligent­es”. Sabíamos que el inquilino de la Casa Blanca tenía un concepto alternativ­o de la estética, pero tanto como por calificar a un arma de matar como nice resulta sorprenden­te.

Con su amenaza, el presidente de Estados Unidos saca pecho ante Vladímir Putin, el gran valedor de Bashar el Asad, tras el nuevo ataque con armas químicas contra la población civil. Hace justamente un año, El Asad le permitió a Trump, cuando apenas llevaba diez semanas de mandato, someterse a una prueba seria, cuando el líder sirio utilizó gas sarín en la ciudad de Jan Sheijun. En contra de Steve Bannon, que no quería contrariar a Rusia, Trump decidió un ataque contenido que le permitiera distanciar­se de Putin (lo que le convenía en plenas acusacione­s por el Rusiagate) sin importunar­le demasiado, pero también demostrar que era capaz de actuar contra El Asad ante el uso de armas químicas, cosa que no hizo Barack Obama. La respuesta fue un ataque aéreo sobre el campo de aviación de Shayrat con misiles Tomahawk. Tras tomar la decisión, se marchó con el Air Force One a su residencia de Mar-a-Lago (Florida), donde cenó lenguado con judías verdes y zanahorias junto al presidente chino y su esposa. Fue durante el ágape que conoció el éxito de la misión. Cuenta Michael Wolff (Fuego y furia) que Trump, alegre y aliviado, le confesó a un amigo: “Ha sido algo grande”.

El presidente sabe que su amenaza no influirá en el reparto territoria­l sirio, pero vuelve a retar a Putin aunque no ha tardado en tuitear que, a pesar de que la relación con Rusia está peor que nunca, se muestra dispuesto a rehacer su economía si detiene la carrera armamentís­tica. No ha habido respuesta, la partida continúa.

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