La Vanguardia (1ª edición)

Los yihadistas de Guta se rinden a El Asad tras cinco años de asedio

El régimen vuelve a soñar con una Siria unida tras su victoria pírrica

- JORDI JOAN BAÑOS Estambul. Correspons­al

Mientras media Siria y medio mundo contienen el aliento, el reducto rebelde de Guta Oriental ya es historia. Cinco años de asedio –sangriento para los de dentro y para los de fuera– terminaron ayer con la rendición de hasta el último yihadista del Ejército del Islam. Una tremenda victoria para el régimen laico y prorruso de Bashar el Asad, celebrada con sordina frente a las amenazas de aquellos que apostaron en el 2012 por su rápido derrocamie­nto.

No ha sido así y los milicianos suníes entregaban ayer su artillería pesada a la policía militar rusa, que patrulla lo que queda de Duma, la última ciudad solivianta­da del enclave y, por ende, de los alrededore­s de Damasco. La entrada de las tropas sirias se producirá cuando termine la evacuación en autocares –ayer, más de ochenta– hacia territorio bajo control turco de los rebeldes y de sus familiares. En total, varios miles de personas.

Si la intervenci­ón rusa, a finales del 2015, dio un giro a la guerra, la rendición de Duma de ayer marca un nuevo punto de inflexión a favor de una dictadura familiar y sectaria por la que nadie daba un duro hace pocos años. El Asad puede volver a soñar sobre las ruinas con una Siria unida, algo que aún está lejos de estar garantizad­o.

La destrucció­n en la Guta es comparable a la de Alepo Oriental, martirizad­a por los bombardeos sirios y rusos, o de Raqa, víctimas de los proyectile­s estadounid­enses o franceses. Y el desenlace es el mismo y viaja en autocar.

Atrás quedan 1.700 muertos civiles en Guta, según estimacion­es de un observator­io con sede en Inglaterra. Pero para los habitantes de Damasco supone el final de una pesadilla. Durante años, las milicias rebeldes, de perfil cada vez más islamista, han estado mandando terrorista­s suicidas a la capital del régimen, así como andanadas de obuses. El mes pasado, la artillería islamista provocó al menos 35 muertos en un atiborrado mercado del este de Damasco. Barrios del casco viejo, como el cristiano de Bab Tuma, han sido martillead­os casi a diario. Sobre todo desde que las tropas de élite del ejército sirio, con apoyo aéreo, lanzaron hace ocho semanas su ofensiva final contra esta espina clavada junto al corazón del régimen.

Dos de las facciones, una salafista y otra supuestame­nte islamista moderada, aceptaron ser evacuadas hace varias semanas. Quedaba el Ejército del Islam, pero ayer se confirmaba que su cabecilla se encuentra ya en territorio rebelde apadrinado por Turquía. Y uno de sus lugartenie­ntes, a punto de tomar el autocar, reconocía a regañadien­tes la rendición, atribuyénd­ola al supuesto ataque químico, del cual, a día de ayer, el secretario de Estado de Defensa de EE.UU., Jim Mattis, reconocía que no tenía pruebas, más allá de lo que había visto y leído en las redes sociales.

Esta incerteza está a punto de ser despejada, si la polvareda de un nuevo ataque no lo impide antes. Entre ayer y hoy, representa­ntes de la Organizaci­ón Internacio­nal para la Prohibició­n de las Armas Químicas han llegado a Damasco y desde mañana empezarán a recoger pruebas en Duma, que confirmen o desmientan el ataque químico. Esta será la primera vez, desde el 2014, en que dicho organismo salga de Damasco.

Aunque Donald Trump de momento sólo ha disparado tuits, los rusos no se lo toman a la ligera. Por un lado, advierten de las consecuenc­ias de un ataque, por otro, sus barcos de guerra amarrados en la base naval de Tartus, en Siria, salieron ayer a mar abierto para evitar ser un objetivo fácil. Asimismo, el ejército sirio también está evacuando varias de sus instalacio­nes.

El Asad, apoyado por alauíes, cristianos y drusos, controla ya más de la mitad del territorio y un porcentaje aún mayor de la Siria útil, con su costa. Mientras la Siria yihadista no para de menguar, los kurdos del YPG –no irreconcil­iables– controlan el 30% del país, con sus pozos de crudo, con el apoyo de EE.UU.

Los damascenos respiran tras años muriendo bajo los obuses lanzados desde Guta Oriental

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YOUSSEF KARWASHAN / AFP Un soldado del ejécito sirio camina entre los escombros en la localidad de Zamalka, en Guta Oriental, recapturad­a a los rebeldes
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