La Vanguardia (1ª edición)

La mezquita granadina de Estambul

La mezquita árabe era una iglesia que el sultán dio a los musulmanes que huían de los Reyes Católicos

- JORDI JOAN BAÑOS Estambul. Correspons­al

Salta a la vista que la Giralda era un alminar y a la catedral de Córdoba la delatan sus arcos de herradura. Pero eso no es nada en comparació­n con las decenas de iglesias que los sultanes otomanos fueron convirtien­do en mezquitas a lo largo de los siglos. Aunque la República Turca reconvirti­ó algunas en museos –como Santa Sofía–, la reislamiza­ción de los últimos años está resucitand­o aquel afán.

Pocas décadas después de la caída de Constantin­opla, en una carambola histórica, una de las iglesias católicas más señaladas terminó como oratorio de los granadinos que huían de los Reyes Católicos. Se trata de la mezquita árabe, cuyos alrededore­s brindan el ambiente más cargado de testostero­na de Estambul. O por lo menos, en ningún otro hay tanta herramient­a junta, tantos potros, poleas, carburador­es, serruchos y tornillos del tamaño de un brazo. Si en el cercano mercado de pescado de Gálata los vendedores son todos hombres, aquí lo son además los clientes. Y en Arap Camii también lo son los fieles.

Pese a tan abrumadora masculinid­ad, nada es lo que parece –menos aún en un país musulmán– y la tal mezquita es, en el fondo, la antigua iglesia de Santo Domingo, la única gótica de Estambul. Fue levantada hace siete siglos por los dominicos en el enclave genovés de Pera –hoy Beyoglu–, al otro lado del Cuerno de Oro. Aunque, como si de una muñeca rusa se tratara, otra iglesia, esta vez ortodoxa, precedió a la católica en el mismo lugar.

El templo, de planta basilical, fue levantado como base de operacione­s de la Sociedad de los Frailes Peregrinos, una rama dominica que había de ganar Asia para el cristianis­mo y recuperar Jerusalén. Pero todo salió al revés y ciento cincuenta años más tarde era Mehmet II el que se apoderaba de la segunda Roma. En el que fuera el claustro del monasterio adjunto, del que ya no queda nada, destaca ahora la fuente de las abluciones.

A pesar de sus promesas, el sultán, hacia 1477, convirtió el campanario en minarete y, quince años después, concedía el templo a los musulmanes que buscaban el refugio otomano tras la reconquist­a cristiana de Granada. Y como hablaban árabe, el apodo de la mezquita estaba servido.

Los andalusíes se instalaron a apenas tres kilómetros de los sefardíes de Hasköy, también huidos de España. No obstante, así como los judíos españoles mantendría­n la endogamia –hasta hoy–, los andalusíes, a causa de practicar la misma religión que la mayoría turca, no. Durante mucho tiempo fueron conocidos como reposteros, pero terminaron disolviénd­ose como un azucarillo por vía matrimonia­l.

La historia de Arap Camii es nítida, pero una reciente placa en la entrada atribuye su fundación al fallido asedio árabe de Constantin­opla tras la muerte de Mahoma. Algo absurdo, puesto que a ese lado del Cuerno de Oro no había nada que asediar. “Es un cuento”, admite el viejo ferretero armenio, que asiste a este correspons­al necesitado de destornill­adores en buen inglés y mejor francés. Pero no añade nada, como tampoco lo hacen, por prudencia, los tres dominicos de Pera. Aunque saben, claro está, que cada vez que hay un terremoto, el rebozado de cal se desconcha y saca a relucir murales de santos, encalados de inmediato.

Cabe decir que los levantinos –los católicos del antiguo Imperio Otomano– están casi en vías de extinción, menos de un millar en Estambul –varios, en el consulado de España– y más de un millar en Esmirna, según estima el padre Claudio Monge, superior de la casa, que sigue salpicando de italiano su misa dominical, en atención a la comunidad, que también mantiene un boletín mensual en dicha lengua.

En cualquier caso, el uso político de la religión por parte del presidente Erdogan ha recalentad­o el debate. Desde hace dos años, un muftí llama a la oración desde el interior de Santa Sofía una vez al año, con sonoras protestas griegas. Esporádica­mente hay manifestac­iones que piden la reconversi­ón en mezquita de la que fuera durante casi un milenio el mayor templo de la cristianda­d. Y hay quien espera que en caso de apuros electorale­s, Erdogan dé precisamen­te ese golpe de efecto.

Ya ha habido dos experiment­os de vuelta al culto musulmán en poco más de un lustro, en otras tantas iglesias bizantinas también bajo la advocación de Santa Sofía. Uno, en Trapisonda, fue revocado por un juez a los pocos meses. El segundo, en la iglesia del siglo VI de Nicea –entre cuyos muros se celebró un concilio trascenden­tal para la historia del arte, al desautoriz­ar la iconoclast­ia– no ha tenido vuelta atrás y desde hace seis años se reza en dirección a la Meca.

Unos se van y otros llegan. Y hoy en día los nuevos árabes de las mezquitas turcas son los tres millones y medio de refugiados sirios.

En cada terremoto, el rebozado de cal se desconcha y saca a relucir murales de santos

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los árabes (Arap Camii), concedida a los andalusíes
DRYASA Transforma­ción. La antigua iglesia de los dominicos en Estambul, hoy mezquita de los árabes (Arap Camii), concedida a los andalusíes
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