La fuga de Pitol
SERGIO PITOL 1933-2018 Escritor mexicano
Hay un desajuste central, una zona brumosa, un desconcierto, un soñar despierto o un escribir soñando en toda la literatura de Pitol que le convirtió en uno de los escritores en castellano más singulares e inabarcables del segundo tercio del siglo XX. Ayer murió en Xalapa, bajo el volcán, el lugar elegido para su retorno a México después de una vida nómada, por París, Varsovia, Budapest, Moscú, Praga, Roma y Pekín, aquejado desde el 2006 de una afasia progresiva que le dejó sin lenguaje.
Protegido del gran cuentista Juan José Arreola, Pitol supo compensar la temprana influencia de Faulkner, que tanto había marcado a la generación del boom, con otro largo viaje de lecturas, itinerario en el que junto a las grandes estaciones (Chéjov, Proust, Thomas Mann...), le gustaba deambular por vías no señaladas en los mapas (Roussel, Compton.Burnett, Biely..) y dejarse asombrar por lo inesperado, tejer una narrativa que desdibujaba las fronteras no sólo entre los géneros, sino también entre las artes. Hay mucha pintura y sobre todo, música en sus textos. En uno de sus relatos, el protagonista que pierde sus gafas y está quejado de sordera del oído izquierdo describe mejor Venecia y las historias que relata porque a menudo la literatura está ahí donde falla la memoria y la imaginación supera lo experimentado con ayuda de lo leído. Es en esa zona de sombras donde Pitol puede tejer las conexiones secretas que dan sentido a la realidad.
Hay sombras que vienen de su infancia y hay una voluntad de sátira, parodia y carnaval, que es una de las estrategias más lúcidas que utilizan los artistas para despistar el drama. Y hay también compasión y redención, algo que aprendió del omnipresente Tolstoi, un autor que sabe dar al lector momentos inolvidables de felicidad. Y hay también ritmos que no se esperan, entrecruce y baile de autobiografía, citas, lecturas, pensamientos y ficciones, con relatos tan deslumbrantes como El vals de Mephisto, que podría sintetizar la narrativa de Pitol, si ello es posible.
Pitol, en una de sus visitas a Barcelona, alertaba sobre las repeticiones de la Historia, “Creo –decía– que el hombre ha aprendido poquísimo y vuelve a repetir momentos históricos denostables. Creo también que los estados, las instituciones oficiales cuando el mal se presenta casi siempre tienen la tendencia de alimentarlo y protegerlo, con su debilidad, con su política de ojos cerrados... Creíamos mucha gente que la civilización había dado algunos pasos en el cultivo de la persona humana, pero tan pronto como se rompe ligeramente, este nacionalismo sordo que vemos en Alemania, en la ex-Yugoslavia, en algunas repúblicas caucásicas, este odio brutal a lo diferente vuelve a surgir.”.
El escritor mexicano Sergio Pitol se convirtió en escritor en Barcelona. Llegó en 1969, con poco dinero y su traducción de Cosmos de Gombrowitz a medio hacer y se alojó en una cochambrosa pensión de la calle Escudellers. Había sido nombrado agregado cultural en Belgrado, pero había dimitido por la matanza de estudiantes de la plaza de Tlatelolco. En realidad, Barcelona era una escala, porque su destino era Londres. Pero, sin darse cuenta, conectó enseguida con editores como Barral y, al poco tiempo, Beatriz de Moura le encargó dirigir la colección Heterodoxos de Tusquets. Se quedó hasta 1972.
Pitol recibió el premio Cervantes y cvasi toda su obra está publicada en Anagrama: Nocturno de Bujara (1981); El tañido de una flauta (1973); El mago de Viena (2005), y la trilogía El desfile del amor (1984), Domar la divina garza (1988) y La vida conyugal (1991), conocida como Tríptico de Carnaval.