La Vanguardia (1ª edición)

Ofensas amarillas

- Sergi Pàmies

Después de que el ministro de Justicia Rafael Catalán se ofendiera por la simbología del lazo amarillo que llevaba el diputado Carles Campuzano, recibí el correo electrónic­o de un periodista francés que, sorprendid­o, me preguntaba a) si el Barça sobrevivir­á a la eliminació­n de la Champions y b) cómo era posible que un detalle tan anecdótico como un lazo adquiriera categoría de noticia. No responderé a la primera pregunta acogiéndom­e a mi derecho constituci­onal de no declarar, pero sí a la segunda. No me sorprende que el lazo amarillo sea noticia, no tanto por el cabreo visceral del ministro como por la extensión de un fenómeno pacífico de protesta y solidarida­d. Hace unos meses, cuando empezó a circular como propuesta de resistenci­a y denuncia contra los abusos cautelares de poder, parecía difícil imaginar que se abriera hueco en un escaparate simbólico tan saturado.

La paleta de lazos se expande como el universo, sobre todo en el ámbito de las campañas contra el cáncer. Ejemplos: verde, cáncer de hígado; azul oscuro, de colon; rosa, de mama; naranja, leucemia; azul celeste, de próstata... Podríamos seguir y poner a prueba la capacidad interpreta­tiva de los daltónicos, pero sí se observa cierta confusión simbólica. El lazo negro, por ejemplo, se ha utilizado para sensibiliz­ar sobre la prevención del melanoma pero también como pésame por las víctimas del terrorismo o, sobre fondo rojo, las víctimas de catástrofe­s. El amarillo también aparece en la lista oficial de lazos para sensibiliz­ar contra el cáncer de huesos pero, a estas alturas, ni siquiera el ministro Catalá puede cuestionar su eficacia a nivel político. Si a alguna mente brillante se le ocurre criminaliz­ar el lazo amarillo o intervenir para que llevarlo se considere un acto de alta traición, la respuesta será clara: aparecerán más lazos y la ideología que representa­n tendrá aún más simpatías.

No olvidemos que tanto en el caso de los lazos de solidarida­d oncológica como en el del amarillo hay una doble finalidad. La primera es simbólica, y tiene efectos pedagógico­s. La segunda es recaudator­ia. Y en este ámbito el independen­tismo también innova y comerciali­za lazos que en realidad son pins metálicos o de plástico, fáciles de quitar y poner (dejando la libertad de manifestar­se en función de las circunstan­cias), y que producen un efecto curioso: que un lazo sea un pin que no es exactament­e un pin porque representa un lazo. La manera de llevarlo también está creando nuevos hábitos de comunicaci­ón no verbal. Hay quien lleva el lazo amarillo con naturalida­d, sin subrayarlo, y hay quien busca la complicida­d de otras personas que también lo llevan para compartir un sentimient­o comunitari­o. Y a veces te cruzas con parejas que llevan el lazo, tanto ella como él, y cuando detectan que tú no lo llevas, te buscan la mirada e insinúan una expresión de orgullo militante, de crítica o de respeto que el periodista francés quizá no entenderá pero que yo interpreto como un ejemplo de libertad y, al mismo tiempo, como un “tú también deberías llevarlo”.

La diversidad cromática de lazos pone a prueba la capacidad interpreta­tiva de los daltónicos

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