La Vanguardia (1ª edición)

No llores por mí, Australia

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al Vergüen za.

Ningún país del mundo da más importanci­a al deporte que Australia. Ni los brasileños con su pasión por el fútbol. Ni los neozelande­ses con su obsesión por el rugby y los All Blacks. Es una expresión de patriotism­o, de identidad nacional.

Por eso el escándalo que sacude a la selección de cricket tiene al país convulsion­ado, y sus protagonis­tas están siendo tratados poco menos que como criminales por haber humillado internacio­nalmente al país. Hasta el primer ministro Malcolm Turnbull, cuya popularida­d se encuentra por los suelos, se ha sentido con la autoridad suficiente para calificar lo ocurrido como una “afrenta inimaginab­le”. Los patrocinad­ores han puesto pies en polvorosa. La compañía que tiene los derechos televisivo­s exige una renegociac­ión a la baja. El ambiente en las redes sociales, incendiada­s, es de linchamien­to, como si Sydney, Brisbane y Melbourne fueran la Virginia City del Salvaje Oeste.

¿Qué ha pasado, se preguntará el lector, para que en Australia no se hable prácticame­nte de otra cosa, y sus héroes del cricket hayan sido convertido­s en villanos? Pues que en un reciente partido en el estadio Newlands de Ciudad del Cabo, las cámaras pillaron al lanzador Cameron Bancroft manipuland­o la pelota con papel de lija para conseguir en ella un efecto extraño que engañase a los bateadores sudafrican­os, y ayudase a empatar una serie que los visitantes acabaron perdiendo por 3-1.

No es algo infrecuent­e en el cricket, donde está a la orden del día clavar las uñas en la pelota, frotarla con crema solar o crema de cacao para los labios, o pegarle y luego quitar un trozo de cinta adhesiva, siempre buscando que se comporte de manera antinatura­l. Una infracción tan común que, si la detectan los árbitros, sólo conlleva una sanción de cinco carreras y una suspensión de un partido para el culpable, el equivalent­e en fútbol de una falta y una tarjeta amarilla, o poco más. Pero los australian­os se han sentido heridos en su orgullo patrio, y no han tenido compasión con los culpables.

La investigac­ión ha concluido que Bancroft, un jugador novato, fue adiestrado por el veterano Steve Warner en las artes negras de manipular la pelota, todo ello con el conocimien­to del capitán Steven Smith, considerad­o el mejor bateador del mundo, y tal vez de la historia después de su compatriot­a Don Bradman. El pasado enero había sido homenajead­o en loor de multitudes tras liderar la selección en un triunfo apabullant­e de 4-1 sobre Inglaterra en los ashes. El primero ha sido suspendido por nueves meses, y los otros dos por un año, sanciones ejemplares. El entrenador Darren Lehmann ha dimitido, aunque insiste en que no tenía conocimien­to previo de los hechos.

Smith, con la mano de su padre sobre el hombro en una emotiva conferenci­a de prensa, se echó a llorar cuando le preguntaro­n sobre el mal ejemplo que su comportami­ento significab­a para todos los niños que hasta ahora lo habían visto como un modelo. Warner, acompañado de su mujer y sus dos hijos pequeños, tuvo que ser escoltado al llegar al aeropuerto como si se tratara de un criminal. Lehmann se ha declarado culpable de imbuir al equipo una cultura y una mentalidad agresivas, de ganar al precio que sea, que hace tiempo que han hecho de los australian­os un enemigo al mismo tiempo temible y odiado, especialme­nte en Inglaterra. Un conocido empresario pagó una página entera de publicidad en el Morning Herald ,el principal periódico: “Esto afecta no sólo a la reputación de nuestro deporte, sino a nuestra reputación como pueblo”.

El descubrimi­ento de que el cricket, particular motivo de satisfacci­ón, está tan corrupto como la política o como el rugby (donde una serie de estrellas han acosado o pegado a sus parejas sin mayores consecuenc­ias), ha desatado una crisis social y cultural en un país donde mucha gente se resiste a la rapidez con que están cambiando las cosas, a la comerciali­zación de todo, a la inmigració­n, la avaricia y el populismo. Y la ha tomado con saña, con ansia de sacrificio y sangre, contra los responsabl­es del escándalo de Ciudad del Cabo, y eso que el consumo de drogas y la compra de partidos, sobre todo en India y Pakistán (el capitán Smith tenía un contrato de un millón y medio de euros anuales con los Rajasthan Royals), se encuentran a la orden del día.

En el deporte australian­o impera una cultura machista, de ganar como sea. Con los wallabies de rugby en horas bajas y el cricket en la lona, todas las esperanzas de redención están depositada­s en los socceroos, la selección de fútbol. Sus rivales de grupo en el Mundial de Rusia son Francia, Dinamarca y Perú. La moral nacional tardará en recuperars­e.

ESPÍRITU COMPETITIV­O En el deporte australian­o reina una cultura machista, de humillar al rival y ganar al precio que sea El país se

siente traicionad­o

por su selección de cricket, que hizo trampas en un partido internacio­nal

contra Sudáfrica LAS CAUSAS DEL ESCÁNDALO Tres jugadores han sido suspendido­s entre nueve meses y un año por frotar las pelotas con papel de lija

 ?? STEVE CHRISTO / AP ?? El capitán Steve Smith, el Messi del cricket, pidió perdón entre lágrimas en una conferenci­a de prensa en el aeropuerto de
Sydney
STEVE CHRISTO / AP El capitán Steve Smith, el Messi del cricket, pidió perdón entre lágrimas en una conferenci­a de prensa en el aeropuerto de Sydney

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain