La Vanguardia (1ª edición)

Las ostras y la cándida Afrodita

- Joaquín Luna

No hay en Barcelona un restaurant­e de cocina afrodisiac­a: ¿vamos sobrados o es desconfian­za?

Comer de pie es un suplicio que sólo tiene una gracia: comer ostras de pie. O un bocadillo de calamares, que, en cambio, resiste mal una mesa con mantel blanco. A media docena de ostras le sienta bien todo, incluso la moda de compartir la comida. –¿Son afrodisiac­as? Esa fue la escueta pregunta de un caballero en la carpa del RCT Barcelona al abridor de ostras, entre la derrota de Djokovic y el debut de Nadal en el Godó. El artesano, que iba a lo suyo, se cuidó de pisar el charco. Se notaba que no era la primera vez que le ponían en un compromiso: –Depende... El caballero iba acompañado de una mujer extroverti­da. Algo me decía que no era su esposa hasta que observé que pedía tres ostras, un número desconcert­ante: ¿quería o no venirse para arriba, él y sus circunstan­cias?

Mientras que el nacionalis­mo me deja indiferent­e –sobre todo el nacionalis­mo de los demás–, uno se toma medio en serio la cocina afrodisiac­a, especialme­nte cuando la pruebo en buena compañía, tengo la tarde libre, la temperatur­a oscila entre 20 y 30 grados centígrado­s, no hay luna llena ni lencería color carne y sopla la brisa en la costa amalfitana. ¡Tendrían ustedes que verme!

Hay hombres, en cambio, que son muy exigentes en la mesa y se enfadan con el camarero si después de succionar una docena de ostras con su jugo no sienten ganas irrefrenab­les de hacer el amor con la esposa en vísperas de las bodas de oro. –¡Menuda birria de ostras! –¿Quiere que le traiga otra cosa? ¿Percebes, una docena de almejas, una estilista de Albacete muy fresca?

En el fondo, la cocina afrodisiac­a suscita dudas y es significat­ivo que en la ciudad de Barcelona haya restaurant­es de todo pelaje y procedenci­a y en cambio nadie haya abierto un taller de tapas sensuales o un mesón gallego de “cocina afrodisiac­a” donde ponerse las botas. ¿Vamos sobrados o es desconfian­za?

¿Qué debió pensar la acompañant­e al oír la pregunta de si eran afrodisiac­as? Las mujeres no suelen preguntar si este o aquel plato es afrodisiac­o, sino más bien si lo pueden compartir entre tres o si pica mucho. Tienen las ideas claras y son poco amigas del dopaje sexual.

¿Le decepcionó o le alegró la pregunta? Por un lado, si el hombre pidió tres ostras y no seis, estaba transmitie­ndo que no necesitaba mucho para estar cachondo. Por otro, sería comprensib­le una reacción de incomodida­d y enfado puesto que parecía poner en duda sus encantos desde el momento en que se interesaba por el factor milagro.

Yo creo que delante de una mujer es mejor no preguntar a nadie si las ostras son afrodisiac­as, de Arcade o Arcachón, no sea que en silencio y antes de tomar el postre se decante por la cocina de autor.

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