La Vanguardia (1ª edición)

Comida para pajaritos

- David Carabén

Al día siguiente de la victoria del Barça en la final de Copa, en un artículo de opinión a El Periódico, el amigo Iosu de la Torre recordó una respuesta que Ernesto Valverde había dado en la rueda de prensa del día anterior. “¿Qué pasará si se pierde la Copa?” le preguntaro­n. “Que al día siguiente el sol saldrá por el este y se pondrá por el oeste”. No era la primera vez que la oía. Me arriesgarí­a a decir que, en vísperas de partido trascenden­tal, forma parte del repertorio clásico que los entrenador­es –tanto da de quién o de qué– tienen a mano para quitarle hierro a la situación. Sin revolver mucho el archivo, he encontrado una muy parecida, de finales de los ochenta. “¿Qué pasará si pierden?”, le preguntaro­n a Arrigo Sacchi, también, antes de una de las dos finales de la Copa de Europa que ganó con el AC Milan. “Nada grave”, respondió. “El mundo seguirá girando y el sol volverá a salir”. Eso que dice del mundo, que seguirá girando, me ha recordado aquella vieja canción de Pete Seeger, Turn! Turn! Turn!, que The Byrds convirtier­on en éxito planetario el año 1962. ¿Es evidente que tras este esfuerzo que tienen que hacer los místers, para ganar una cierta perspectiv­a sobre las cosas y desdramati­zar el presente, resuena aquel canto a la futilidad de toda empresa humana que es el Eclesiasté­s (“¿Qué saca el hombre de todos los trabajos con que se apresura bajo el sol?”). Siempre he encontrado admirable y, a veces, incluso, preocupant­e para su salud mental, esta capacidad que tienen los deportista­s de entregarse en cuerpo y alma a una causa para, de golpe, desentende­rse, aceptar la derrota y girar página. Me fascina la deportivid­ad con que los jugadores se toman los crueles giros de guion, sobre todo en deportes intensos como el balonmano, el tenis o el baloncesto, donde el marcador cambia a menudo, y hasta el último segundo.

Carlos Queiroz, cuando era el cebo del festín de tiburones hambriento­s en que se puede convertir la sala de prensa del Madrid, lo resumió en una frase, llena de saudade: “Por lo que conozco de la vida, naces y mueres. Y no por que sepas que morirás quieres dejar de vivir en este mundo maravillos­o”.

A los culés, que por muchos “ya lo sabía” que digamos asistimos azorados a la tradiciona­l y grotesca exhibición de fortuna blanca en la Liga de Campeones, ya sólo nos queda confiar en que mañana el Barça ponga las cosas en su sitio. O bien adoptar aquella actitud un poco burlona de Brian Clough contra la angustia ambiental. Convocados en una reunión urgente después de un partido, sus jugadores lo habían estado esperando un buen rato. Cuando por fin entró en el vestuario, sólo les dijo: “Mirad por la ventana. Está nevando mucho. Sobre todo, cuando lleguéis a casa, dejad un poco de comida para los pajaritos”.

Me fascina la deportivid­ad con que los jugadores se toman los crueles giros de guion, sobre todo en deportes intensos

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