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La discreción de Pedro Sánchez durante su primer año como secretario general del PSOE, y el acuerdo del M5E y la Liga para nombrar a Giuseppe Conte como nuevo primer ministro italiano.
AYER se cumplió un año de la victoria de Pedro Sánchez sobre Susana Díaz y Patxi López en las primarias del PSOE. El 21 de mayo del 2017, Sánchez recuperó la secretaría general de la formación socialista. Aquel fue un triunfo contra pronóstico, al que ha sucedido un año de perfil discreto. Quizás demasiado discreto, habida cuenta del papel histórico de los socialistas en el bipartidismo español, tanto tiempo vigente, y de la grave crisis institucional que atraviesa el país.
A juzgar por su actitud, podría parecer que Sánchez no se ha enfrentado en el último año, ni ahora, a ninguna urgencia. Las elecciones generales están previstas para el 2020, si no media adelanto, y falta todavía un año para las municipales, las autonómicas y las europeas. Es cierto que el choque entre Díaz y Sánchez causó desperfectos en el PSOE, que se han querido atenuar a base de discreción. Pero una cosa es el análisis de esta vuelta de Sánchez en clave interna socialista y otra el análisis atendiendo a su condición de político relevante en la escena nacional, tan convulsionada por la cuestión catalana, que requiere soluciones imaginativas para frenar la creciente polarización. Queremos recordar, en este sentido, que el PSOE ha hecho a menudo políticas que acreditaban su vocación de puente. Y es por ello que su intervención conciliadora y con visión de futuro en Catalunya sería más que bienvenida.
Ciertamente, a Sánchez lo lastra su ausencia en el Parlamento, donde sí están Rajoy, Rivera o Iglesias, líderes de las otras tres grandes formaciones. Pero quizás eso no deba utilizarse en ningún caso como una excusa sino, por el contrario, como un acicate para redoblar su actividad en la escena pública. La lógica nos indica que Sánchez quizás debería haber sido más proactivo en los últimos meses. En particular, después de que los últimos sondeos hayan pronosticado un retroceso para los socialistas, que podrían quedar en los próximos comicios por detrás de Ciudadanos, el PP e incluso de Podemos. En tal tesitura, el bajo tono de Sánchez resulta más incomprensible si cabe.
Sánchez ganó la batalla en su partido, pero no está claro, como él pretende, que vaya a ganar la batalla en las generales del 2020. Acaso se necesite para ello un mayor empuje y un mejor perfilado de su propuesta. Ahora mismo, el Sánchez que ganó la partida a sus rivales socialistas proclamando distancias con Rajoy acaba de darle apoyo en su decisión de prolongar la vigencia del artículo 155 en Catalunya. Esta era una opción. Pero no la única. A nuestro entender, el líder de los socialistas catalanes, Miquel Iceta, ha hecho propuestas más equilibradas, encaminadas hacia una solución dialogada del conflicto y alejadas por tanto del frentismo abonado por la política de confrontación de Puigdemont y Torra, por una parte, así como de la deriva del PP, empujado por Ciudadanos, con la que se arriesga a tensionar y extremar más el conflicto catalán.
La situación es compleja, difícil de manejar, y anuncia, si seguimos por el mismo camino, tormentas de mayor intensidad. Tanto en la escena española como en la catalana, Pedro Sánchez tiene la oportunidad de desempeñar un papel moderador, buscando políticas de progreso colectivo y rebajando el riesgo de enfrentamiento civil. Creemos que ahí tiene mucho camino por delante. Y que si, por el contrario, da su apoyo a la confrontación, puede acabar siendo superado por partidos más jóvenes, más expeditivos, menos dialogantes.