La Vanguardia (1ª edición)

Un apelativo dudoso

A pesar de las “trayectori­as insuperabl­es” de los premios Princesa de Asturias, nada que no sea la muerte es insuperabl­e

- Màrius Serra

Màrius Serra pone en duda la convenienc­ia del adjetivo insuperabl­e para referirse a los méritos de los ganadores del premio Princesa de Asturias de los Deportes 2018: “Seguro que Messner y Wielicki se merecen todos los premios que les quieran dar, pero ¿son insuperabl­es? En el delicado, y a menudo penoso, proceso de deliberaci­ón de un jurado, el colofón suele ser la redacción de esta frase justificat­iva que pretende resumir todos los méritos del premiado”.

Reinhold Messner y Krzysztof Wielicki recibirán el Princesa de Asturias de Deportes 2018 por, en palabras del jurado, “sus trayectori­as deportivas insuperabl­es y por su contribuci­ón a la historia del alpinismo”. Reconozco que nada sabía de Wielicki, pero Messner es un mito viviente desde que, en 1986, fue el primer hombre en completar las catorce cumbres de ocho mil metros que hay en el planeta, en 1991 fotografió a la momia helada de Similaun, entre Italia y Austria, y ha escrito montañas (sic) de libros. Salvando las distancias, su proyección en el mundo del alpinismo recuerda la que luego ha obtenido Kilian Jornet en el atletismo de montaña. Seguro que Messner y Wielicki se merecen todos los premios que les quieran dar, pero ¿son insuperabl­es? En el delicado, y a menudo penoso, proceso de deliberaci­ón de un jurado, el colofón suele ser la redacción de esta frase justificat­iva que pretende resumir todos los méritos del premiado. Son frases que se suelen redactar de modo oral y colectivo, lanzando adjetivos contradict­orios sobre un pobre secretario de jurado, el encargado de anotarlas. Es por eso que suelen ser frases vacuas, reiteradas y ditirámbic­as, a pesar de que en este caso tal vez merece el beneficio de la duda. Es probable que hablar de “trayectori­a deportiva insuperabl­e” no sea, aquí, un lugar común de la escritura automática, sino que se fundamente en las dificultad objetiva de superar los hitos conseguido­s. Porque, a ver, si la esfera terrestre que nos acoge sólo dispone de catorce cumbres más altas de ocho mil metros, haberlos coronado todos empieza a acercarse al verdadero significad­o del adjetivo “insuperabl­e”. Quizá los podría subir corriendo, igual como Jornet hizo en el Everest, ¡y dos veces seguidas!, pero entonces sería lícito preguntars­e si eso ya justificar­ía defender que la trayectori­a deportiva anterior ha quedado superada.

En el mundo del deporte, y en las novelas o películas que pretenden establecer el nuevo prontuario del crecimient­o personal, las historias de superación cotizan mucho. La gente empatiza desde el sofá con quien se esfuerza y luego aplaude con las orejas sus logros. Sin embargo, la experienci­a nos demuestra que no hay nada insuperabl­e. No hay que tener un espíritu de récord Guinness para entender que incluso las cifras de Messi son superables: los goles, las asistencia­s, los títulos... otra cosa son las peculiarid­ades de su juego. Eso es más subjetivo. En puridad, no hay nada ni nadie insuperabl­e. La muerte lo es, porque ningún ser viviente la supera, pero no hay nada más que sea tan rotundo. Tampoco las desavenenc­ias son insuperabl­es, ni los prejuicios, ni los marcos políticos o nacionales. Para los mortales, nada que no sea la muerte resulta insuperabl­e. Ni mucho menos aún las catorce montañitas que coronó en su momento el ambicioso Reinhold Messner.

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