La Vanguardia (1ª edición)

Venta de chalets por asamblea y otras chapuzas

- Sergi Pàmies

Albert Rivera deja que cunda la idea de que es el Macron español. Es una flatulenci­a propagandí­stica que no tiene en cuenta el abismo en la preparació­n académica y la capacidad de gestión del uno y del otro. Quien desee certificar estas diferencia­s, que recupere la entrevista de Macron con dos periodista­s que se autodestru­yeron practicand­o la arrogancia complacien­te o el debate electoral con Marine Le Pen y los compare con la entrevista de ayer a Rivera en Antena 3. También es verdad que la política española (catalana incluida) ha demostrado que no necesita a gente preparada para gobernar. Precisamen­te por eso, mantiene la jerarquía de la testostero­na, del inmovilism­o o del postureo, premia la ignorancia y perpetúa la discordia para no asumir la responsabi­lidad de gobernar como hacen los que gobiernan: tomando decisiones posibles y aplicándol­as sin permitir la hemorragia de impunidade­s criminales o negligente­s.

En el ámbito de lo posible, y pese al estruendo ambiental, el president Quim Torra ha sido coherente al visitar a los políticos encarcelad­os a causa de un abuso de poder que no equipara a quien lo impulsa a ninguna dictadura bananera, pero sí a una democracia enferma que se regodea en sus propios errores. Atrapados por una pinza de retórica patriótica y sermones a granel, muchos ciudadanos esperan que alguien entienda que envenenarn­os mutuamente poco a poco no es ninguna solución. Mientras tanto, se inventan chapuzas como España Ciudadana, ese artefacto de laboratori­o que, igual que en los peores momentos de la ANC y la promesa de la inquietant­e Assemblea d’Electes, traslada a periferias de discutible representa­tividad la autoridad de las institucio­nes, secuestrad­as por el sabotaje o la incompeten­cia.

Y, como siempre, en el fragor de la batalla aún tenemos tiempo para el entretenim­iento. Magnificam­os la compra del chalet de Montero e Iglesias y nos preguntamo­s cómo se puede justificar que un asunto de coherencia personal deba ser sometido a votación. Si se acepta esta lógica de promiscuid­ad entre vicios privados y virtudes públicas, hay que prever que los inscritos de Podemos también votarán el nombre de los gemelos o si pueden llevar pañales de difícil reciclaje. La voracidad de la inmediatez no deja tiempo para pensar y, para evitar linchamien­tos inducidos, se acaba consolidan­do la estupidez como único instrument­o de interpreta­ción de la realidad. Me consuelo leyendo el lúcido y combativo ensayo La tiranía sin

tiranos, de David Trueba: “La más inteligent­e de las tiranías es la que pone a unos contra otros para finalmente provocar el reinado tranquilo de quien ha causado ese enfrentami­ento”.

En el fragor de la batalla aún nos queda tiempo para el entretenim­iento

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