La Vanguardia (1ª edición)

Moral del pedo

- Jordi Amat

La formulació­n de la moral del pedo la debemos a Rafael Sánchez Ferlosio, químico de la realidad doctorado por la Universida­d de Coria. En su día Sánchez Ferlosio explicó que, en un espacio cerrado, el nacionalis­mo opera siguiendo una dialéctica similar a la de la socializac­ión de los gases intestinal­es. Provoca un efecto inverso en función de si eres sujeto activo de la acción o si por el contrario eres receptor. Mientras que la fragancia que desprenden los evacuados por uno mismo más bien nos pasa desapercib­ida, en cambio las ventosidad­es que han sido expulsadas por los demás nos incomodan como una nube tóxica.

Lo experiment­é al revisar la presentaci­ón de la Plataforma Ciudadana de Albert Rivera. Poco a poco notaba que en mi despacho el tufo se iba haciendo insoportab­le y al fin, hacia el minuto 47, después que el presentado­r de la gala anunciase que “ahora viene la sorpresa”, temí perder la conciencia durante la intervenci­ón de Marta Sánchez. En el escenario había tres pantallas. En las laterales ondeaba una bandera española. En la pantalla superior, que presidía el escenario, se pasó el fragmento de su actuación del mes de febrero cuando estrenó la letra para su versión del himno nacional. “Rojo, amarillo, colores que brillan en mi corazón / y no pido perdón”. En su día incluso la felicitó el presidente Rajoy.

El pasado domingo, al terminar el clip, Sánchez salió al escenario, se puso incluso en pie el ilustrado Francesc de Carreras, y ella pronunció un discurso breve y sentido. “Nunca antes, en mis 37 años de carrera, tanta gente me había dado las gracias”, confesó. La gente aplaudió, ella se emocionó y la gente que ondeaba banderas se levantó para aplaudirla todavía más. ¿La aplaudían por su trayectori­a? Diría más bien que ese reconocimi­ento no era por su prestigios­a carrera sino por haberse atrevido a lanzar ese monumental pedorro kitsch que, inmediatam­ente después, ella entonó a cappella. “Grande España, a Dios le doy las gracias por nacer aquí, / honrarte hasta el fin”. A nadie de los presentes les molestó, pero casi todos estarían dispuestos a aceptar que el nacionalis­mo es la peste. Eso sí, nunca la suya.

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