De Chagall y Delacroix al arte creado con robots
La primavera parisina de museos reúne grandes nombres del pasado y otea el futuro
La primera retrospectiva de Delacroix en París en más de medio siglo y tres grandes nombres de la vanguardia rusa, Chagall, El Lissitzky y Malévich, interactuando al inicio de la revolución soviética son dos de las propuestas imprescindibles de la primavera de los museos de París, que no se queda en los clásicos y se atreve con una muestra en el Grand Palais a preguntarse por el futuro: en la exposición todas las obras han sido creadas con la ayuda de robots cada vez más sofisticados. ¿El robot se emancipa?
Chagall, El Lissitzky, Malévich: la revolución de la vanguardia rusa
El Centro Pompidou celebra un centenario curioso: el de la designación de Marc Chagall como “comisario de Bellas Artes” de Vitebsk, su ciudad natal. Un buen funcionario de la revolución recién nacida: durante un lustro Vitebsk agitará el arte. Chagall, El Lissitzky, Malévitch: la vanguardia rusa en Vitebsk 1918-1922 expone más de 250 obras y documentos, de Rusia y de colecciones americanas y europeas, para explicar que la revolución artística podía suceder lejos de las capitales. Un año antes, en Petrogrado y en primera línea de la revolución, Chagall vive una euforia personal: la ley que anula discriminaciones nacionales o religiosas hace del joven artista judío un ciudadano ruso como los demás. El fruto son grandes formatos como el Doble retrato con vaso de vino, de 1917, y ese Por encima de la ciudad, de 1918, en el que Marc y su Bella suben hacia las nubes, libres como el aire. Pero hay que descender y Chagall decide volver a su pueblo y crear una escuela de arte revolucionario, abierta a todos, gratuita y sin restricciones. En 1919 el plantel de profesores se enriquece con El Lissitzky, para crear los talleres de imprenta, grafismo y arquitectura, y de su amigo Kasimir Malévich, líder del movimiento abstracto. El Lissitzky aprovecha su formación de arquitecto para programar un lazo entre pintura y arquitectura. Malévich se concentra en sus textos teóricos y en la enseñanza. Profesores y alumnos se funden en un colectivo que fabrica desde carteles hasta cartillas de racionamiento, espectáculos y decorados urbanos. En siete capítulos la exposición recorre las etapas de una utopía fructífera, presenta obras de Vera Ermolaeva, de Kandinsky, de Soutine. Y subraya el choque del individualismo de Chagall, que ya en 1920 le aleja de la escuela, con el colectivismo que Malévich profesa. En 1922 las autoridades desconfían del movimiento y su culto de la abstracción y cortan los víveres. La primera promoción será la última.
Primera retrospectiva de Delacroix en más de medio siglo
“Usted habla de mí como de un muerto ilustre”. Baudelaire lo había calificado de “faro del romanticismo” y Eugène Delacroix, emocionado, se lo agradeció en carta fechada el 27 de junio de 1859. Cuatro años después se convirtió efectivamente en muerto ilustre que Cézanne y Picasso admirarán. Esta vasta retrospectiva del Louvre, con más de 160 obras, comienza con La Libertad guiando al pueblo. Y con Facebook de indirecto publicista: la red censuró la imagen de aquella Libertad..., senos al aire, aunque terminó por rectificar. En el Louvre el visitante pasa de la espectacularidad (fieras, guerras, odaliscas; grandes formatos, estallido de colores, trazos gruesos de lo que Delacroix llamó “esta infernal comodidad del pincel”) a pequeñas demostraciones técnicas como una simple Cama deshecha, de 1825, o los sorprendentes ramos de flores del final. Amigo de Alejandro Dumas y de George Sand, Delacroix fue un escritor infatigable, como lo demuestra una sala entera ocupada por sus diarios. Detalle: el Louvre posee la más importante colección de obras de Delacroix, pero no ha incluido los gigantescos La muerte de Sardanápalo y La toma de Constantinopla por los cruzados: “Sus dimensiones desaconsejaban el desplazamiento”. Le corresponde hacerlo al visitante, que de paso puede alzar la vista, en la galería de Apolo, para descubrir el apolíneo decorado del cielo raso de Delacroix.
Kupka, pionero de la abstracción
Lo abstracto es concreto y su mejor profeta un curioso de la filosofía, el esoterismo, la literatura y las ciencias: Frantisek Kupka (1871-1957), un bibliómano, como titula un cuadro de su etapa de estudiante de bellas artes en Praga y Viena. A través de 300 obras, el Grand Palais propone una fiesta de color y geometría. Desconcertante: Kupka buscaba plasmar un lenguaje capaz de ligar disciplinas. Así, dos de sus primeras telas abstractas, que escandalizan París en 1912, se refieren al arte de la fuga en Bach, un músico al que veneraba. La raíz de su curiosidad sin límites
tiene que ver con Viena, donde estudió mientras Mahler componía, Klimt comenzaba, Hugo von Hofmannsthal leía en público sus poemas en prosa, Karl Krauss filosofaba y Freud inventaba el psicoanálisis. Pero Kupka se perderá la continuación: en 1896 se instala en París. Para fortuna de Francia: hoy, el Pompidou conserva uno de los dos mayores fondos de Kupka.
FUNDACIÓN VUITTON Humano, animal, vegetal, mineral: las interconexiones
La Fundación Vuitton alterna exposiciones acontecimiento como la del MoMA, que atrajo 755.000 visitantes, con los focos sobre su colección. Au diapason du monde muestra media centena de obras, nunca vistas en París, para “plantear los cuestionamientos actua- les sobre todo lo que liga al hombre con el medio”, según Suzanne Pagé, directora artística, subrayando las interconexiones entre lo humano, lo animal, lo vegetal e incluso lo mineral a través de artistas que van de Sigmar Polke a Matthew Barney, Matisse, Takashi Murakami, Cattelan y Giacometti.
GRAND PALAIS
Cuando los robots crean arte
¿Los androides dibujarán un día corderos eléctricos? La pregunta, inspirada en una novela de Philip K. Dick, sobrevuela una exposición del Grand Palais en la que “todas las obras fueron creadas con ayuda de robots cada vez más sofisticados”, de acuerdo con Laurence Bertrand-Dorléac, una de las comisarias. Pioneros como Tinguely comenzaron en los cincuenta a delegar en robots parte de su poder creativo. De los paisajes de Joan Fontcuberta hasta el jardín virtual de Miguel Chevalier que la presencia del visitante modifica, las preguntas se encadenan: ¿decide el artista? ¿decide el robot? ¿hay que hablar de obra colectiva? La máquina de crear, La obra programada y El robot se emancipa son los tres capítulos en los que Nam June Paik cruza a Iannis Xenakis, Jacopo Baboni Schilingi, Raquel Kogan, Orlan (con un robot que la representa) y Daft Punk.