La Vanguardia (1ª edición)

A la sombra de Renan

- Josep Maria Ruiz Simon

En una famosa conferenci­a de 1882, Renan se preguntaba “¿Qué es una nación?”. Y, como Jordi Pujol recordó en el Born ante Quim Torra durante los fastos del tricentena­rio de 1714, de su discurso sólo ha quedado una frase: “Una nación es un plebiscito cotidiano”. Pero, tras esta frase, hay una idea que conviene recordar si se quiere entender tanto el pujolismo como sus secuelas: la idea de que las naciones entendidas como cristaliza­ciones de la voluntad de vivir en común son realidades que se hacen y se deshacen y que las élites pueden construir y destruir si juegan bien sus cartas.

El año 1958, mucho antes de disponer de los instrument­os que le permitiría­n dedicarse a construir una nación haciendo política, Pujol, que siempre ha reconocido a Renan como a uno de sus maîtres à penser, ya hablaba de “hacer Catalunya”. Desde los inicios, la teoría y la práctica del pujolismo han girado en torno a esta idea. Y de la convicción de que España, a diferencia de Francia, a la que Renan tomaba como modelo, era una nación a medias que había sido ineficaz en las políticas de unidad que habrían hecho posible que los ciudadanos de todos sus territorio­s se identifica­sen nacionalme­nte con el Estado. En el primer Pujol, esta convicción se presenta grandilocu­entemente bajo una imaginería religiosa: la historia del catalanism­o político toma la forma de la construcci­ón de un templo propio para los catalanes que Castilla habría destruido cuando aún estaba a medio hacer sin ofrecer otro donde ir. En el pujolismo, el plebiscito cotidiano de que hablaba Renan es pensado como la misa diaria de una religión en la que el objeto de culto es la nación, un dios celoso que, en lo que se refiere al sentimient­o de identidad, pide un culto exclusivo. Quizás el mismo Renan lo veía, en el fondo, de una manera parecida. Pero Renan hablaba del sentimient­o de identidad que compartirí­an los miembros de las comunidade­s “nacionales” concordant­es con las naciones-estado, también en aquellos casos en que divergían por la raza, la cultura, la religión o la lengua. Y Pujol traspuso este discurso a una nación sin Estado.

La Francia que Renan presenta como modelo de nación es una entidad que habría sobresalid­o tanto en el uso de lo que Pujol describe, en la conferenci­a del Born, como “mecanismos de desnaciona­lización” como en el éxito en hacer olvidar este uso. La Francia que en la edad media, como recuerda el propio Renan con benevolenc­ia, consiguió la unidad del norte y del sur por medio de un exterminio y de un terror continuado. La misma que luego, y aunque Renan lo niegue de una manera según Pujol “escandalos­amente falsa”, miró de implantar la unidad lingüístic­a por medio de medidas de coerción.

La visión de Renan sobre la construcci­ón de las naciones impregna la manera como el pujolismo interpreta las relaciones entre Catalunya y España. Y esta interpreta­ción, que nunca ha dejado de mediatizar la identifica­ción de los catalanes con el régimen del 78, acabó encontrand­o su réplica en el aznarismo, que, al fin y al cabo, es la versión española del pujolismo y el detonante del procés.

Las naciones son realidades que se hacen y se deshacen y que las élites pueden construir y destruir si juegan bien sus cartas

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