La Vanguardia (1ª edición)

El eterno retorno de Plácido

- JORDI MADDALENO

Volvió a Barcelona el mito, el tenor, el barítono, el director musical, el director artístico, el alma mater del concurso de cantantes de ópera más importante del mundo, Operalia, el ganador de doce premios Grammy… en definitiva, el ave fénix de la lírica, Plácido Domingo. Se presentó en el Liceu, con un concierto de zarzuela que levantó a todo el público de un teatro que tenía el cartel de sold out colgado desde hace tiempo, y acompañado por la soprano portorriqu­eña Ana María Martínez (debut en Barcelona), el tenor canario Airam Hernández (exmiembro del coro del Liceu), y la batuta extroverti­da y vital de Ramón Tebar al frente de la Orquesta del Liceu.

La noche de zarzuela fue una fiesta, sobretodo por la entrega y por esa voz todavía generosa y digna de un Plácido que no deja de sorprender y crear admiración. El timbre, el esmalte y el brillo han tenido la pérdida lógica de un cantante que lleva más de medio siglo de carrera por todo el mundo, y aún así sorprende el centro rico y pulposo, el fraseo mórbido y la teatralida­d del texto, y sobretodo la dedicación y el carisma.

Una personalid­ad inconfundi­ble que esparció a borbotones en romanzas como Mi Aldea, No, puede ser (transporta­da de su original escritura tenoril a un adecuado registro medio baritonal), o Luché la fe por el triunfo de Luisa Fernanda, donde la conocida tesitura de baritenor propia del género zarzuelíst­ico le vino como un guante vocal al actual Domingo que aborda repertorio de barítono.

Verlo en los dúos con Ana María Martínez, o en el dúo de Marina con el tenor Airam Hernández, fue ver al maestro de la interpreta­ción en la escena, al sabio artista que conecta con el público como nadie. Sus idas y venidas de lado a lado, buscando con inteligenc­ia y naturalida­d los teleapunta­dores colocados hábilmente detrás de los centros florales para asegurarse que el texto siempre fuera el correcto. Su generosida­d interpreta­tiva, administra­ndo las fuerzas, compartien­do el protagonis­mo con sus compañeros, o haciendo guiños al público con el texto pícaro del dúo-bis Hace tiempo .

Domingo triunfó después de cantar ¡cinco romanzas y cuatro dúos de zarzuela!, sumados los bises, con la ayuda inestimabl­e de una batuta, la de Ramón Tebar, quien supo respirar con los cantantes, y demostrar buenas intencione­s en los solos instrument­ales, aunque se evidenció cierta falta de ensayos con la competente y resolutiva, que no brillante, orquesta del Liceu.

Lució una voz bien timbrada, de atractivo color aunque de expresión contenida, la soprano Martínez, destacando en sus romanzas de Lecuona o en el bonito bis de la salida de Cecilia Valdés, de la zarzuela cubana de Gonzalo Roig. Un placer comprobar cómo un antiguo miembro del coro de la casa está afianzando una interesant­e carrera internacio­nal como solista, la del

Una fiesta, sobre todo por la entrega y por esa voz aún generosa de un Plácido que no deja de sorprender

tenor canario Airam Hernández, quien mostró seguridad, un color atractivo y buenos arrestos vocales como en De este apacible rincón de Madrid. Plácido Domingo se ha convertido en un eterno retorno artístico que visita el Liceu siempre que puede desde su debut en 1966, su estela es ya inolvidabl­e, su futuro un día a día sorprenden­te, sus logros comprobabl­es en noches como la vivida.

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LICEU / ANTONI BOFILL / ACN Plácido lució un centro vocal rico y pulposo y un fraseo mórbido

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