La Vanguardia (1ª edición)

El cielo y el infierno están en Gales

Tras siete años en la Premier, el Swansea se ha ido a segunda. Y por eso de que las desgracias nunca vienen solas, su rival Cardiff ha ascendido

- Rafael Ramos

En vuestros guetos de Swansea, muertos de hambre, hurgáis en los tachos de basura en busca de algo que llevaros a la boca, y si encontráis una rata muerta os creéis que es un manjar”. Como cántico futbolísti­co, y a excepción de los de tono racista o los que hacen referencia a nazis y judíos, hay pocos de peor gusto. Pero es lo que durante años se ha escuchado en las gradas del desapareci­do Ninian Park de Cardiff.

La rivalidad entre los cisnes (swans) y los azulejos (bluebirds), llena de odio e inquina, es tan feroz como la de la Old Firm en Glasgow, pero sin las connotacio­nes religiosas, y tiene su base en la política. Con ambas ciudades separadas por tan sólo 75 kilómetros, los habitantes de Swansea se lamentan de ser tratados como de segunda categoría. Todas las inversione­s van a Cardiff, la capital desde 1955. Allí están la Asamblea Autónoma, el gobierno, la ópera...

Cuando el Cardiff ganó en 1929 la Copa (su único título), centenares de seguidores del Swansea se desplazaro­n a Wembley para apoyar al otro equipo galés. Pero la desindustr­ialización y el cierre de las minas en los años setenta y ochenta, con la consiguien­te batalla por el desarrollo de una identidad nacional, está en los orígenes del resquemor entre ambas hinchadas. Desde entonces, todos los derbis han desembocad­o en violencia, hasta el punto de que durante años no hubo seguidores visitantes en los estadios, y en la actualidad han de viajar en grupo, escoltados a lo largo de la autopista M40 por furgones de la policía.

Y eso que los choques son infrecuent­es, ya que cisnes y azulejos han competido la mayoría de veces a lo largo de su historia en categorías diferentes, y a veces han transcurri­do décadas sin ningún derbi que llevarse a la boca. Tal vez por eso, cuando los hay, echan chispas. En la llamada “batalla de Ninian Park” (1993), los hooligans del Swansea destrozaro­n los asientos de una las tribunas. Y en 1988, al final de un partido en el viejo Vetch Field (predecesor del Liberty Stadium), fans del Cardiff fueron perseguido­s hasta la playa, y tuvieron que meterse en el agua hasta la cintura antes de ser rescatados por la policía. Sus rivales se burlan todavía hoy de ellos haciendo el gesto como de nadar, o yendo al campo con gafas y aletas de buceo.

La última vez que Cardiff y Swansea coincidier­on en la máxima categoría fue en la temporada 2013-14, pero los capitalino­s sólo aguantaron un año en la Premier. Ahora han vuelto a ascender, de la mano de Neil Warnock (especialis­ta en subir equipos, lo ha hecho ocho veces –cuatro de ellas a primera–, y de sacar el máximo rendimient­o a jugadores del montón). En cambio el Swansea ha bajado a segunda, acabada su época gloriosa con Roberto Martínez, Brendan Rodgers y Michael Laudrup en el banquillo, cuando deslumbró a propios y extraños con la versión galesa del tiki-taka.

El Swansea ha sido víctima de la avaricia. Los socios inversores que lo salvaron de la quiebra lo han vendido a los norteameri­canos Stephen Kaplan y Jason Levien, convirtien­do paquetes de acciones de cien mil euros en ganancias de ocho millones, una tentación irresistib­le. La comunión entre el club y la afición se ha roto, el idealismo ha muerto, el fútbol se ha resentido, no se ha gastado en fichajes, se han sucedido los entrenador­es, y al final el equipo se ha ido a segunda de la mano del portugués Carvalhal.

En Cardiff el proceso ha sido a la inversa. El propietari­o malasio Vincent Tan, detestado cuando aterrizó por cambiar los colores del club de azul a rojo (que en la cultura china es símbolo de buena suerte), tuvo el acierto de contratar a Warnock, a quien no le interesa el fútbol vistoso pero logra resultados. Los bluebirds han acabado la campaña entre los equipos con menos posesión del balón y menos pases, pero con más duelos aéreos ganados, más faltas cometidas y más disparos a gol a consecuenc­ia de jugada parada. La consecuenc­ia es que han ascendido a la Premier League.

El Cardiff es una escuadra sin estrellas, con un portero (Neil Etheridge) que es inglés pero defiende el arco de la selección de Filipinas, un lateral (el canadiense Junior Hoilett) que fue descartado por media docena de equipos, y un central (Sol Bamba) que pretendía ser Beckenbaue­r hasta que el entrenador le convenció de que se olvidara de regatear y pasar, y se conformara con despejar la pelota de cualquier manera. La clave del éxito ha sido la compenetra­ción, pero en la Premier hace falta más que eso.

Pero por ahora el Cardiff está en el cielo y el Swansea, a tres cuartos de hora de autopista, en el infierno. Ambos se hallan en el País de Gales.

La rivalidad entre los dos clubs galeses se basa en la política, y en los privilegio­s de Cardiff como capital

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MICHAEL STEELE / GETTY Aficionado­s del Swansea sostienen una pancarta contraria al presidente del Swansea, Huw Jenkins
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