La tormenta que no amaina
De hecho, todo surge “de la necesidad imperiosa de intervenir en un entorno hostil, mediocre, gris y represivo”. Es Pere Portabella quien se lo explica a Josep Ramoneda, en el contexto de la exposición Cinema, art i política que se puede ver hasta el 23 de junio en Can Framis, uno de los grandes museos de la ciudad, iniciativa de la Fundació Vila Casas. En ella, el cineasta figuerense explica su compromiso infatigable con el descubrimiento de nuevos lenguajes artísticos, pero también su decidido activismo político desde sus tiempos más juveniles. Conocer y formarse con Tàpies, Brossa, Ponç y Cuixart, que según él mismo explica le enseñaron a caminar por lugares desconocidos, hizo de él un hombre libre y comprometido desde entonces hasta hoy. De entre las muchas perlas de la exposición, y pensando en los tiempos que nos toca vivir, querría destacar tres aspectos que pueden resultar especialmente oportunos. Primeramente, la reivindicación de la importancia para una sociedad que quiera progresar realmente que la actitud personal de cada uno sea radical, un hecho que no debería tener nada que ver con el sectarismo sino con la capacidad de ir a la raíz de los problemas y procurar revertirlos con honestidad y perseverancia. En segundo lugar, también brilla hasta deslumbrar la capacidad de Portabella de interactuar, dialogar y producir películas, asambleas y todo tipo de actos de protesta con personas de extracción social y procedencia ideológica bien diferentes de la suya. Carlos Saura, Luis Buñuel, Joan Miró, Josep Royo, Josep Benet o Jorge Semprún desfilan por su vida, desde lo que podríamos llamar una armoniosa discrepancia. Finalmente, me interesó su contundente vocación política. Sí, el cine de Portabella se nos muestra rabiosamente político, en el sentido más lleno y revolucionario de la palabra, en el sentido más inconformista, libre y subversivo. Porque Portabella enseña que sólo creando momentos de desestabilización se puede hacer emerger aquello que las convenciones procuran omitir. Y este propósito me parece marcadamente político y, en realidad, mucho más de izquierdas que la inflamada retórica izquierdista a la que estamos tan acostumbrados.
Ahora que en España los chalets en barrios de ricos desenmascaran el populismo de Podemos que tan despiadadamente ha desacreditado los valores de la democracia representativa durante estos últimos años; ahora que la máscara liberal de Albert Rivera se ha caído y ha dejado al descubierto su rostro más demagogo y cínicamente ultranacionalista, tiene que ser la hora, de nuevo, de los partidos convencionales. PP y PSOE tienen la oportunidad y la obligación de revertir este entorno hostil, mediocre, gris y represivo en que hemos quedado atrapados y de exhibir renovado sentido de Estado y adhesión a los valores que fueron fundacionales del actual ordenamiento constitucional, para actualizarlos. PP y PSOE están en condiciones de aportar soluciones a la crisis catalana y del conjunto de España, y tienen bastante autoridad como para dejar definitivamente en evidencia a quienes, aprovechando el dolor ciudadano propio de los años de crisis y recortes, se han engordado electoralmente desde el oportunismo más bandarra. Por su parte, también el PDCat y ERC tienen que jugar fuerte la carta regeneradora, alejando maximalismos y comprometiéndose, de nuevo, con la convivencia, las libertades y el progreso de todos, no sólo de los que piensan como ellos. Unos y otros tienen que dejar atrás las tentaciones populistas y reconciliarse con las respectivas mejores tradiciones ideológicas y políticas, a la derecha y a la izquierda. Si lo hacen auguro que Rivera no llegará nunca a la presidencia de España, Podemos se deshará como un terrón de azúcar en el espacio socialista y, en Catalunya, de nuevo, para la gran mayoría, la única república soñada será nuevamente la de Ikea. Si hacemos las cosas bien, más tarde o más temprano, volveremos a reivindicar los 23 años del president Pujol, la Barcelona abierta, creativa y solidaria de Maragall y el modelo económico y social meritocrático y emprendedor de los catalanes. Si, contrariamente, el PP se empeña en el inmovilismo y en la negación de los graves problemas de corrupción que lo asedian, si el PSOE se deja arrastrar hacia la gesticulación ultranacionalista y represiva que impulsa Ciudadanos y, por su parte, el soberanismo sigue empujando hacia la cada vez mayor divergencia entre realidad y relato, la inestabilidad, el dolor y el imperio de la mediocridad se cronificarán por mucho tiempo. Son tiempos para volver a ser radicales, sí, pero en el sentido que nos enseña Portabella y no en el que han practicado de una forma frívola e irresponsable los agitadores y activistas madrileños y barceloneses de los últimos años.
¿Es usted feliz?, le preguntó en una ocasión un periodista a Maria Callas. “Sí, es una lástima que me olvide tan a menudo”. Pues eso. No tendríamos que olvidarnos de quiénes somos, de dónde venimos y de cómo estamos. Con la memoria y la mirada lúcidas, seguro que volveremos a dialogar, volveremos a decidir y volveremos a convivir.
PP y PSOE tienen la oportunidad y la obligación de revertir este entorno hostil, gris y represivo en que estamos atrapados