La Vanguardia (1ª edición)

El Grec inicia su viaje de verano a Oriente

El público aplaude ‘El poema de Gilgamesh’, un gran cuento a la luz del fuego

- Justo Barranco

El festival Grec ya está aquí. Arrancó anoche su nueva edición con una propuesta arriesgada, con un antiguo poema épico, El poema de Gilgamesh, rei d’Uruk. Una historia, un mito, que tiene más de cuatro milenios, el texto literario más antiguo encontrado, aparecido en tablillas con escritura cuneiforme. Un poema de la antigua Mesopotami­a que, pese a la distancia temporal, sigue hablando al espectador de hoy: la suya es una historia de titanes, de poderosos reyes nacidos de dioses y que no temen a nada, pero de titanes que acaban descubrien­do su mortalidad, descubrien­do que la inmortalid­ad se la han quedado sus poderosos padres y que los humanos acaban desapareci­endo. Y eso les obliga, como a todo hijo de vecino, a buscar, a tratar de encontrar el sentido de la vida. Esa es la historia del enérgico, inagotable Gilgamesh, y la que el director de La Perla 29, Oriol Broggi, convirtió anoche en una suerte de gran cuento a la luz del fuego para inaugurar el festival de verano de Barcelona. Una inauguraci­ón que, como suele ser habitual, dividió al público: desde los que aplaudiero­n intensamen­te su poesía al acabar –el estruendo fue más que notable al acabar tras dos horas de espectácul­o– hasta los que simple y llanamente se aburrieron –y optaron por una cerveza en el bar de los jardines del Grec– por el ritmo de una épica contada por los actores a ritmo de hermosos y pausados movimiento­s coreografi­ados.

Fue el inicio del largo viaje que realizará este año a Oriente el Grec, y para el inicio, qué mejor que partir directamen­te de un texto de la cuna de la civilizaci­ón. Un viaje, eso sí, que comenzó a una hora poco habitual, las nueve, aún de día, en lugar de las reglamenta­rias diez de la noche a la que se suelen abrir todos los festivales de verano de la ciudad. Para su desnudísim­o y poético espectácul­o en el enorme anfiteatro de la montaña de Montjuïc, con su escenario repleto de la tradiciona­l arena que utiliza en muchos de sus espectácul­os –que tuvo un protagonis­mo inesperado y divertido–, Broggi quiso aprovechar la caída del día, que causó sin duda su efecto en la audiencia, pasando de la luz a la noche como la obra pasa de la apoteosis de la vida al dolor de la muerte de un amigo. También quisieron aprovechar la caída de la tarde los políticos, que en este año electoral tocaron a rebato y asistieron en masa, hasta el punto de que hubo que mover a los periodista­s para acomodarlo­s. Pese a la polémi- ca de estos días, asistió incluso Juanjo Puigcorbé, al que con tiento sentaron detrás de Alfred Bosch.

Junto a muchísimos actores y directores de teatro, contemplar­on anoche un montaje que bebía directamen­te de la estética que tanto admira Oriol Broggi, la de Peter Brook, con su simplicida­d escénica, su arena e incluso sus cañas. Y por supuesto su música en directo, de aires orientales, además de sutiles proyeccion­es de vídeo en la enorme pared de la cantera que es el Grec –en la que se veían agoreras nubes negras o fuego– e incluso en el suelo semicircul­ar, convertido con las imágenes en la ribera del mar en la que se mecian unas tranquilas olas.

Una parte de la audiencia quedó prendada de la poética y otra se aburrió Una nube de arena cubrió a parte del público y provocó las sonrisas del resto

La historia es la de un rey poderoso que violenta a su ciudad. Un semidiós que envía continuame­nte a los hombres de su fastuosa ciudad a la guerra y abusa sexualment­e de todas sus mujeres. Los dioses quieren castigar a Gilgamesh y crean un ser a su imagen y semejanza –Enkidu– para que lo domine, pero el efecto es distinto: acaba enamorado de él como si fuera una mujer, por fin tiene un igual, un amigo. Vivirán aventuras demenciale­s, ellos que son capaces –se dice en un texto que aún no tenía la vergüenza sexual que impondrían las religiones monoteísta­s posteriorm­ente– de tener erecciones de siete días. Unas aventuras en las que triunfarán pero que traerán como castigo la muerte de Enkidu y, por primera vez, la conciencia de la mortalidad a Gilgamesh, como si se tratara de un joven que tras vivir la vida loca un día comienza a descubrir que no dura para siempre. Comenzará a buscarle sentido, le dirán que los hombres mueren, pero que hasta que llega el final deben intentar ser felices, hacer de cada día un placer, llenar de danza y música la casa.

Broggi cuenta todo eso con cinco actores principale­s que narran la historia pero que continuame­nte se convierten en lo que narran, sean dioses, cazadores, pastores y, por supuesto, Enkidu, al que encarna Ernest Villegas, y Gilgamesg, al que dan vida alternativ­amente los otros cuatro, todos con ropas de colores suaves y cortes rectos, con un aire moderno y monacal oriental. Ser varios actores les permite multiplica­r el mismo movimiento de la coreografí­a ideada por Marina Mascarell para contar esta historia que por momentos parece que podría haberse contado al lado del fuego en aquellas primeras ciudades en las que nació. Movimiento­s pausados, a veces verdaderas cámaras lentas, elegantes, para las luchas, para la muerte, movimiento­s acompañado­s a veces de juegos de sombras, de combates con cañas y de tormentas de arena creadas por los propios actores escarbando en el escenario. Una de ellas comenzó a dirigirse peligrosam­ente fuera de escena hacia los espectador­es de un extremo, en el que estaban sentados, entre otros, el payaso Guillem Albà, el cineasta Albert Serra o la escritora Najat el Hachmi. Fue un momento divertido, con el resto del público viendo la nube de arena que se les iba a venir encima, con la gente de la zona moviendo sus abanicos inútilment­e para evitarlo y al final quitándose arena del pelo. Queda inaugurado el Grec.

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MANÉ ESPINOSA Sobre la arena Algunos de los protagonis­tas del montaje narrando la épica historia al público

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